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Serían los del almuerzo hasta catorce, y ninguno dellos dejó de sacar su cuchillo de cachas amarillas, si no fue Rinconete, que sacó su media espada. A los dos viejos de bayeta y a la guía tocó el escanciar con el corcho de colmena. En poco espacio vieron el fondo de la canasta y las heces del cuero. Los viejos bebieron sine fine; los mozos, adunia; las señoras, los quiries.

Llegaron, en esto, los escuderos de la presa, trayendo consigo dos caballeros a caballo, y dos peregrinos a pie, y un coche de mujeres con hasta seis criados, que a pie y a caballo las acompañaban, con otros dos mozos de mulas que los caballeros traían.

Cuando doña Luz iba por la calle, con Juana, su anciana criada, o cuando iba a la iglesia, grave, silenciosa, vestida toda de negro, con basquiña y mantilla, decían algunos mozos estudiantes, que había en el lugar, y que entendían más hondamente que los demás de estética y de otras doctrinas de amor y poesía, que doña Luz parecía una garza real, una emperatriz, una heroína de leyendas y de cuentos fantásticos; algo de peregrino y de fuera de lo que se usa; el hada Parabanú; la más egregia de las huríes.

Vengo a despedirme de vosotros. Traigo media en las agujas... Todos celebraron el símil taurómaco y le ofrecieron un café con media de honor. Después Forondo se marchó... se marchó a la fosa común. Hambres, fríos, humillaciones. Acoso de hospederos, de mozos de café, alguna picardía peligrosa para extraer un poquito de calderilla.

El zaguán abierto de par en par, personas que aguardaban, mozos dispuestos para cerrar la puerta luego que entrase el ruidoso vehículo. ¡Hemos llegado!

Los mozos encendieron el gas, y continuó el tertulín de la tarde empalmándose con el de la noche. Algunos fueron a cenar y volvieron. A las ocho en todo el Casino no se hablaba más que del duelo.

Al punto dos mozos y dos criadas del meson, vestidos de tela de oro, y los cabellos prendidos con lazos de lo mismo, los convidaron á que se sentaran á mesa redonda.

Y ¿por qué he de ser yo el sacrificado? ¿No soy tan hijo suyo como ? Aquellos dos muchachos, que se querían entrañablemente, que jamás habían reñido por nada, ni de niños ni de mozos, estuvieron a punto de venir a las manos. Con todo transigían, todo lo aceptaban menos lo que pudiera significar despego hacia su madre.

Era á fines del mes de Marzo, y se tenían sobre la mesa todos los trabajos preparatorios para verificarse en la provincia las quintas y elecciones de gobernadorcillos y demás cargos del municipio. Nada faltaba. Las listas de mozos sorteables, los reglamentos, las actas, y cuanto hacía falta lo tenía Andoy perfectamente clasificado y ordenado.

Entonces... el marqués de Moraima, que estaba en un palco, se vio, sin saber cómo, detrás de la barrera, entre los mozos, que corrían con la agitación de la accidentada lidia, y cerca del maestro, que preparaba su muleta con cierta calma, como queriendo retardar el momento de verse frente a frente con un animal de tanto poder. «¡Coronel!», gritó el marqués sacando medio cuerpo fuera de la barrera y golpeando las tablas con las manos.