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La comandanta y doña Lupe estaban en la sala hablando de la rifa de la maravillosa colcha que decoraba el altar. Fortunata y Severiana acompañaban a Mauricia, que se aletargaba lentamente, pues no había dormido nada la noche anterior. Doña Fuensanta, deseosa de mostrar a la señora de Jáuregui sus habilidades, la invitó a pasar a la casa inmediata.

Además, Paca tenía el secreto deseo de mostrar el poder de su elocuencia persuadiendo á Velázquez á que se casase con Soledad. En cuanto á Antonio y María-Manuela, lo había intentado en vano.

Maximiliano no podía decir tal cosa; pero tampoco podía decir otra, porque si en el fondo de su ánimo empezaban a levantarse olas de entereza, esas olas reventaban y se descomponían antes de llegar a la orilla, o sea a los labios. Estaba tan cortado, que sintiendo dentro de la energía no la podía mostrar por aquella pícara emoción nerviosa que le embargaba.

¿Qué ves? preguntó el marido encantado del pasmo de ella y muy ufano de mostrar que había aprendido algo durante su ausencia. Veo a una linda moza, que me mira y que mueve los labios como si hablase, y que lleva ¡caso extraño! un vestido azul, exactamente como el mío. Tonta, es tu propia cara la que ves; le replicó el marido, muy satisfecho de saber algo que su mujer no sabía.

Como en aquellos días los tenderos estaban mano sobre mano, entreteníanse en mostrar a la señora telas diversas y cositas de capricho. «Esto se llevará mucho en el otoño... De esto viene ahora surtido, porque será la moda de la estación». Tales frases parecían salir de los pliegues de las piezas al ser desdobladas.

Con estos ciertos prometimientos, y con la verdad que ellos me decían, fortificaba yo mi entereza, y jamás quise responder a don Fernando palabra que le pudiese mostrar, aunque de muy lejos, esperanza de alcanzar su deseo.

Pero, en fin, sois malos y mal nacidos, y no podéis dejar, como malandrines que sois, de mostrar la ojeriza que tenéis con los escuderos de los andantes caballeros.

Con tal situación, cuando mayores cuidados y atenciones pedía el enfermo, coincidió el enfrascarse doña Manuela en cosas de la iglesia, y ella, antes tan compasiva y solícita, fue, sin darse cuenta, pecando de olvidadiza y negligente, sin mostrar mala voluntad; pero el resultado era el mismo que si la tuviera.

El público, que gusta de mostrar buen corazón después que han sucedido las desgracias, se levantó en masa, volviéndose iracundo contra el presidente, como si él fuese quien hubiera pegado las cornadas al Serranito. ¡Bárbaro, bárbaro, asesino! Agitaban frenéticos los puños y los bastones frente al palco presidencial, los ojos llameantes, los rostros demudados por la ira.

Luego le bastaba ver la sonrisa de Elena y la caricia de sus pupilas verdes y doradas para mostrar una confianza y una admiración iguales á las de Federico.