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Una boina verdosa, con rastros de telarañas, cubría su cabeza sonrosada y blanca. El adorno de su persona revelaba suciedad salvaje y simpleza infantil. Las manos eran negras, con escamas en el dorso; las mejillas y los labios, acariciados por la navaja, mostraban una frescura de niño.

Se mostraban escandalizadas é irritadas por la fortuna de la de Delille, á pesar de que ninguna de ellas había perdido un céntimo en el juego. Una suerte así no era natural; debía haber trampa. No podían decir cómo era la trampa, pero existía indudablemente.

El batallón había terminado de instalarse á lo largo del muro, frente al río. Los soldados, arrodillados, apoyaban sus fusiles en aspilleras y almenas. Se mostraban satisfechos de este descanso después de una noche de combate en retirada. Todos parecían dormidos con los ojos abiertos. Poco á poco se dejaban caer sobre los talones ó buscaban el apoyo de la mochila.

¿Qué es eso? ¿qué es eso? dijeron varios acudiendo en su auxilio. Nada, que al bajarme el borriquito de la señora alzó la cabeza y me dio un golpe en la nariz tuvo la habilidad de decir. Después fue a lavarse al arroyo y mientras los demás mostraban su disgusto con frases de compasión, él las hacía jocosas.

Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas.

En realidad estaba preocupado, no podía vencer sus recelos y quería cerciorarse, saber si sus sospechas eran fundadas, qué significaba aquella amistad súbita, aquella ternura que la ciega y el manco mostraban hacia el marquesito del Lago.

Miraba a un lado y a otro; y, después de los saludos de ordenanza, pues en tal materia no mostraban gran originalidad ninguno de los interlocutores, el clérigo accedió a la invitación de sentarse, apoyándose en el borde de una butaca.

Y todos, como si despertasen de la calma letárgica del mar, mostraban un deseo famélico de ver tierra, de distinguir aquellas islas en las que no había de detenerse el buque. Abajo en el comedor almorzaban muchos con cierta precipitación, como gentes que han de ir al teatro y aceleran la comida por miedo de llegar tarde. «Tierra: ya se ve tierra», decían de mesa en mesa con una alegría infantil.

Tomá, Rosalindo, para que me lleves un cirio detrás del Señor. El y yo sabemos lo mucho que le debo. Todos mostraban una fe inmensa en este Cristo que había llegado al país poco después de los primeros conquistadores españoles, á través de las soledades del Pacífico, en un cajón flotante, sin vela ni remo, el cual fué á detenerse en un puerto del Perú.

Necesitaba no quedarme á la zaga de los periodistas del país, que me vencían muchas veces en la invención de estupendas mentiras. Pero noto que se impacientan ustedes. ¡Calma! Ahora que llegamos de veras al automóvil del general. Algunos de los allegados á Castillejo se mostraban terribles en sus ofrecimientos.