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Su mirada se encontró con la mía, entonces vi que su rostro era de una belleza extraordinaria, de ese tipo moreno medio trágico, y que sus ojos resaltaban más brillantes por la palidez mortal de su cara.

¡El amor de una mujer!... ¡de una mujer mortal!... ¿qué entiendes por ello?... ¿Una sonrisa llena de encanto, un timbre de voz que turba y trastorna los sentidos, un apretón de una mano que quema?... Ya qué es eso.

Cual rústico campanario Que en la campaña desierta Indica al hombre la puerta Del melancólico osario Que ampara su vecindad; Ahí estás, ombú gigante A la orilla del camino, Anunciando al peregrino Que bajo el tronco pujante Duerme por siempre un mortal.

Las violencias pasajeras de los vientos, las crisis de la evaporación, las obscuras fuerzas eléctricas, producían las tempestades. No eran mas que estremecimientos cutáneos. La tormenta mortal para los hombres sólo contraía la epidermis marina, mientras la masa profunda de sus aguas permanecía en lóbrega calma, para cumplir la gran función de amamantar y renovar los seres.

Pensó, con un estremecimiento mortal, si estas dos larvas implacables se arrastrarían hacia él para chupar su sangre, adquiriendo de este modo un nuevo vigor que les permitiera seguir apareciéndose á los hombres.

Tiendo, trémulo de placer, la mano, y me encuentro, ¡ira de Dios! ¡cuerpo de Cristo!, me encuentro con la mano gafa de mi criado Bartolo, que me movía y sacudía, cual violenta peripecia de tragedia, para despertame del sueño más delicioso que mortal alguno pudo disfrutar: me asestaba aquel Longinos la larga lista de sus sisas, que como traidora lanza cotidianamente me dilacera el flaco y doliente costado, sacándome el revuelto rosicler de la plata y calderilla.

Pero el vecino tenia un sueño mortal, por haber pasado la noche en diligencia, y la vecina, que no parecia tenerlo igualmente, lo aparentaba; de modo que guardábamos completo silencio, con indiferencia recíproca en apariencia.

¿Qué criatura mortal podía aparecer a aquellas horas y en tan apartado sitio? El bandido, no obstante, se recobró del susto y acudió a la defensa. Echó mano del trabuco, que tenía en un rincón de la estancia, y fue al cuarto contiguo, donde había caído la puerta y estaba la entrada.

Cualquier pecado mortal es abominable, pero cuando el pecado no contamina a ningún sujeto inocente y puro y no le aparta de la senda de la virtud, su malicia es mucho menor que cuando extiende su pernicioso influjo sobre criaturas humanas, y cuando todo lo inficiona y corrompe.

Allí nos juntamos él y yo. Allí él y yo no somos más que el Uno. De este modo se explica que, siendo yo simple mortal, sea tan considerado por los dioses. En la ligereza de carácter, propia de la serena beatitud de ellos, no caben estas reconcentraciones poderosas de la mente que me llevan al Uno.