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Don Quijote le comunicó su pensamiento, y le rogó preguntase luego a su mono le dijese si ciertas cosas que había pasado en la cueva de Montesinos habían sido soñadas o verdaderas; porque a él le parecía que tenían de todo.

cuando de Bretaña vino. Cuando Sancho Panza oyó decir esto a su amo, pensó perder el juicio, o morirse de risa; que, como él sabía la verdad del fingido encanto de Dulcinea, de quien él había sido el encantador y el levantador de tal testimonio, acabó de conocer indubitablemente que su señor estaba fuera de juicio y loco de todo punto; y así, le dijo: -En mala coyuntura y en peor sazón y en aciago día bajó vuestra merced, caro patrón mío, al otro mundo, y en mal punto se encontró con el señor Montesinos, que tal nos le ha vuelto.

Ya le parecía hallarse en la cueva de Montesinos; ya ver brincar y subir sobre su pollina a la convertida en labradora Dulcinea; ya que le sonaban en los oídos las palabras del sabio Merlín que le referían las condiciones y diligencias que se habían de hacer y tener en el desencanto de Dulcinea.

Y terminaban afirmando que Montesinos desahogaba su amargura y despecho blasfemando de palabra cuando se le presentaba la ocasión y publicando artículos en los periódicos y revistas de los masones. El P. Gil no sabía a qué atenerse. Inclinábase, no obstante, a esta última opinión, que conciliaba hasta cierto punto la benévola de su hermana y ciertos amigos con la mala fama que tenía en el pueblo.

Cuando dijo Sancho que no bien él y su amo se remontaron al cielo, se apeó él de Clavileño y se puso á jugar con las siete cabrillas, Don Quijote tuvo sobrada razón en decirle que no se allanaría á creer en su jugueteo con las estrellas, si Sancho no creía tampoco en nada de lo que contó que en la cueva de Montesinos le había pasado.

Lo que no dejaba de sorprenderle era que mientras el clero y los tradicionalistas de Peñascosa le detestaban cordialmente, los pocos republicanos y masones que había en la villa no le demostraban estimación alguna. Decíase que Montesinos se reía de ellos con más gana aún que de los católicos, y que había huido constantemente su trato.

A Joaquinita siempre le había sido muy antipático, sin saber por qué. ¿Adonde irá este títere? preguntó por lo bajo, después de corresponder fríamente a su saludo. Montesinos alzó los hombros con indiferencia. ¡Qué pelea le tienes a este chico! Yo le encuentro fino y agradable. ¡Qué horror! exclamó ella riendo. En Pau volvieron a verle en la estación, y ya no le vieron más.

Sus ojos brillaban con fiereza, mirándole de arriba abajo; pero estos ojos se dulcificaron repentinamente al ver temblar una lágrima en los del P. Gil. Dispénseme usted, señor excusador se apresuró a decir, acercándose a él, si le he ofendido. Tengo mal carácter... me irrito con facilidad... Adiós, señor, adiós respondió el P. Gil, estrechando la mano que Montesinos le tendía.

Pidió don Quijote al diestro licenciado le diese una guía que le encaminase a la cueva de Montesinos, porque tenía gran deseo de entrar en ella y ver a ojos vistas si eran verdaderas las maravillas que de ella se decían por todos aquellos contornos.

D. Antonio Francisco. Diego Gutiérrez. Licenciado Manuel González. Francisco Salado Garcés. Luis de Guzmán. Juan de Orozco. Jacinto Hurtado. Francisco de Llanos y Valdés. Maestro León y Calleja. Gaspar Lozano Montesinos. Manuel Morchón. Jerónimo Malo de Molina. Juan Maldonado. Dr. Francisco de Malaspina. Jacinto Hurtado de Mendoza. Jacinto Alonso Maluendas. Blas de Mesa. Felipe de Milán y Aragón.