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Para colmo de aflicción, vió la buena señora por todas partes los objetos con que Celinina había alborozado sus últimos días; y como éstos eran los que preceden á Navidad, rodaban por el suelo pavos de barro con patas de alambre; un San José sin manos; un pesebre con el Niño Dios, semejante á una bolita de color de rosa; un Rey Mago montado en arrogante camello sin cabeza.

Y me quedé perfectamente, hasta que hace cuatro años, en un pueblecillo de la provincia de Burgos, estando de temporada en casa de un amigo, me volvió el dolor, ¡qué dolor! No había ni médico, ni cirujano, ni nada. Pero llegó casualmente por allí un charlatán que sacaba las muelas montado a caballo. Me vi tan apurado, que no tuve más remedio que apelar a él; me sacó dos con el rabo de una cuchara.

No salió el Rey por la puerta del templo, sino por la del atrio cercado de magnífico claustro, donde habían montado a caballo él y cuantos le acompañaban. Cuando la lucida cabalgata apareció ante el gran público, la admiración general dio muestras de en murmullos, exclamaciones y vítores. Aquello era verdaderamente espléndido: un derroche de sedas, randas, plumas, oro y pedrería.

Algunas veces cesaba de leer y ponía su mirada en el techo con una expresión de éxtasis. El deseo parecía cantar dentro de su cráneo: «¡Ser héroe de novela!... ¡Verse amado por una gran señoraUna tarde, cuando menos lo esperaba, Moreno vió llegar frente á su casa al ingeniero Canterac montado á caballo. A tales horas estaba siempre vigilando las obras del dique.

Eh... eh... no llore, mujer.... Mire que yo estoy montado á pelo... tengo una aflicción tal dentro de mi alma, Isidora, que... si sigue usted llorando, también yo soltaré el trapo. Vayase á su casa, y espéreme allí. Iré dentro de un ratito.... ¿Qué... duda de mi palabra? ¿Pero de veras que va? No me engañe, por la Virgen Santísima. ¿Pero la he engañado yo alguna vez?

Todo el paisanaje se lanzó a escape tras los competidores entre los que desde el «pique» hizo «punta» el «malacara» montado por Juancito el peón de la caballeriza solicitado al efecto por su dueño con la promesa de darle dos pesos si ganaba la carrera.

Luego pensó que siempre encontraría en los despachos de bebidas de Salta algún «amigazo» de buena voluntad que quisiera encargarse de los restantes, y emprendió el camino montado en un jaco que por el momento era toda su fortuna.

D. Salvador silbaba, cantaba vidalitas, pero se aburría, porque D. Salvador era hombre social y le gustaba en extremo echar su párrafo. A eso de las 8 de la mañana, le pareció distinguir bastante lejos, como a una legua larga, a un viajero que, montado como él en una mula, trepaba una cuesta.

Un cuarto de hora después, algunas piedras pequeñas que rodaban, me indicaron que alguien bajaba la cuesta. No tardó en aparecer un indio montado en un caballito alazán, flaco, pero de piernas delgadas y nerviosas. Me paré en medio del camino y a veinte pasos mi hombre se detuvo intrigado, sin duda por mi traje exótico en aquellos parajes.

No he montado en mi vida un animal más noble y generoso que aquel bayo soberbio que mi amigo J. M. de Francisco tuvo la amabilidad de enviarme a la puerta de mi casa, aparejado a la orejón, como si dijéramos a la gaucha.