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Juan Tejeiro de donde nos llevamos los objetos que constan en el libro en la fecha indicada. Sin más, de Vd. atto. El Comandante del Escuadrón de Caballería, Loreto Vera. También el día 21 del presente con el mismo capitán y el Teniente ayudante y tres números, hicimos un recorrido con rumbo á Belona, del término municipal de Guantánamo.

Verificado sin oposición el desembarco el 30 de agosto del mismo 1510, emprendieron los escuadrones la marcha hacia el interior, llevando D. García la vanguardia.

Como si aquel movimiento hubiera soltado las traíllas a la furia popular, veinte o treinta energúmenos, hombres y mujeres, rompiendo la fila de los soldados, se precipitaron sobre el brasero para despedazar a la infiel. En cambio, los que querían verla morir en las llamas prorrumpieron a un tiempo en el mismo grito de protesta: ¡No la matéis! ¡No la matéis!

¡Oh, vén conmigo, vén, luz de mi vida, alma de fuego para amar creada y áun en el mismo infierno bendecida! ¡ah, no mates por Dios, mi alma querida, el alma triste á amarte consagrada! Deja ese mundo vano y mentiroso correr tras la ambicion que engendra el crímen, ese mundo de lágrimas ansioso, que no sabe ser grande y venturoso sin gozar el dolor de los que gimen.

Estos pensamientos me quitaban el valor de quejarme y me han proporcionado el de sostener la prueba hasta el fin. Podía en efecto abreviarla. Hay aquí dos ó tres restaurants en que me conocen y donde, cuando era rico, he entrado sin escrúpulo, aunque hubiese olvidado mi bolsa. Ahora podía hacer lo mismo.

Fue en esa primera e inolvidable comida donde empecé a conocer lo que era la sociedad bogotana. Pocos momentos más difíciles y más gratos al mismo tiempo. La reunión era selecta, y cada uno, en su amabilidad y alegría, se esforzaba en darme la bienvenida.

Algunas veces contaba con los accidentes de aquel género de vida debilitante para sorprender en falta a Magdalena y apoderarme de un espíritu tan seguro de mismo, pero eso no sucedió: Estaba yo casi enfermo de impaciencia.

Tenía puesta una bata de un gris muy claro, guarnecida con encajes y lazos del color que toma el granate cuando la luz le hiere. Las medias, de finísima seda, eran del mismo color, y ceñían sus pies unas chinelas grises, que aun siendo muy pequeñas, eran grandes para ella.

¿Qué te parece desto, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible. Dio los escudos Sancho, unció el carretero, besó las manos el leonero a don Quijote por la merced recebida, y prometióle de contar aquella valerosa hazaña al mismo rey, cuando en la corte se viese.

M. de Montherot, uno de nuestros parientes, hombre de treinta y seis años, persona distinguidísima y de bella presencia, se ha enamorado de sus gracias durante una entrevista que indirectamente él mismo se ha procurado.