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Con bolas, flechas, dardos y macanas, La guerra aquí se hizo lacrimosa: El Cristiano que sus fuerzas vanas, Y ser la resistencia peligrosa. Dejando su miseria en las sabanas, Los pies pone el que puede en polvorosa, Y al bergantin se acoge de corrida, Por escapar si puede con la vida.

Malógrense enhorabuena los planes del malvado; disípense como la niebla los proyectos del perverso; pero ¿por qué han de ser inútiles y vanos todos los pensamientos generosos, todas las desinteresadas aspiraciones de la juventud? ¿Será cierto que la maldad nos acecha por todas partes? ¿Será verdad que el vicio se disfraza con el blanco traje de la virtud, y que la flor más bella está comida de gusanos? ¿Si es una verdadera miseria vivir en la tierra, no es mejor morir cuando no hemos probado aún las amarguras de la vida

Pero cuando tocaban a pagar... aquí te quiero ver. «Que me espere a la semana que entra...» «Que pasaré por allí...» «Que vuelva...» «Que no tengo...» «Que torna, que vira», y a fin de fiesta, miseria y trampas. Ay, qué Madrid este, todo apariencia. Dice un caballero que yo conozco, que esto es un Carnaval de todos los días, en que los pobres se visten de ricos.

Pense yo que no tenia Amor poder entre esclavos; Mas en sus recios clavos Muestra mas su gallardìa. Qué buscas en la miseria, Amor, de gente cautiva? Dexala que muera ó viva Con su pobreza y laceria. No ves que el hilo se corta De esa tu amorosa estambre Aqui con sed y con hambre A la larga ó á la corta?

Ahora es una melancólica ruina; la miseria, como un cruel vampiro, ha devorado su belleza y su juventud. Días pasados me contaba tristemente, con cierta macabra coquetería: ¿Ve usted estos dos dientes de arriba? Pues se me están cayendo... de anemia.

Veía con desesperación el momento en que la miseria desharía su pobre hogar y llevaría a sus hermanas a aquellos antros horribles del placer barato, en donde los marinos del mundo entero se emborrachan con whisky, al lado de una mujer rubia y pintada. Allen sabía que en Liverpool, como en todos los grandes puertos, había enganchadores, comerciantes de hombres.

Tan joven aún y tan desgraciado, desilusionado de la vida y de la sociedad por una experiencia precoz, extraño a los hombres que han lacerado mi corazón, y privado de toda esperanza, he buscado un asilo en mi miseria y no lo he encontrado.

Desterrado de Baviera como un miserable faccioso, proscrito y fugitivo, errante por espacio de dos años desde las riberas del Danubio a las montañas de Escocia, me lo habían robado todo, la patria y el honor. ¡Pero me quedaba Eulalia! y este recuerdo inefable encantaba mi miseria y acompañaba mi soledad. Yo era dichoso por el porvenir y por ella.

Eran inútiles los consuelos de la niña. ¡Cualquier día olvidaba él a su protector, al que le había sacado de la miseria! Aquel golpe era de los de prueba: únicamente podía compararse al dolor que le produciría la muerte de su héroe don Fernando.

Compadeció sobre todo a la duquesa que debía infaliblemente sucumbir a tantos golpes, y tomó sobre la tarea de anunciarle gradualmente la enfermedad y la muerte de Germana, aplicándose a fortificar el debilitado entendimiento del viejo duque. Se tranquilizó sobre las consecuencias de su loca generosidad: era evidente que el señor de Villanera no dejaría en la miseria a su suegro.