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La ciudad entera, odorífera de santidad, parecía haberse levantado hasta una región convecina de Dios y flotar en pleno prodigio, entre el vuelo cuasi visible de los ángeles. Las almas ardían como los perfumados carbones de aquel místico brasero, hurgoneadas por la penitencia, atizadas por el aleteo de la incesante plegaria. El milagro estaba en todas partes.

El acento desesperado con que llamaba á la Virgen, revelaba el egoísmo de la vida, agarrándose á la última esperanza, implorando un milagro, con la ilusión de que, en favor suyo, se rompiesen y transtornasen todas las leyes de la existencia. Al verse de nuevo en la plaza, Goicochea miró al templo y se descubrió como si le pesara volver á la villa sin saludar á la imagen.

¡Para servirlo!... ¿Y qué milagro?... ¿Solo?... ¿Qué lo trae por aquí?... Solo, , Ramona... ¿Y Anastasio?... Salió ayer, don Melchor, y no ha vuelto... quién sabe «ande esté». ¿Y usted está sola?... Sólita... así es. El muchacho anda por ahí... salió a recorrer... ¿Y no quiere «entrar adentro»?... aquí hay «resolana»... para usted.

Pidió á Dios que hiciese un milagro para librarla de la deshonra, de una deshonra á que ella no había dado lugar, sino siendo mujer, cuando oyó dos golpes recatados en la puerta de escape de la habitación inmediata. Doña Juana detuvo el aliento y escuchó de nuevo. Pasó algún tiempo y los dos golpes se repitieron.

Sinembargo, el cuadro que representa el milagro de San Francisco de Asis es acaso el mas vigoroso como obra de pincel ó labor.

El amor era como la primavera que vivifica los troncos aletargados por el invierno, cubriéndolos de flores. ¡Que ella dijera , y vería al instante el milagro, la resurrección de su vida entumecida; el despertar de su alma a la vida del amor! ¿Y la mujer? ¿y los hijos? preguntó Leonora brutalmente, como si le quisiera despertar con este recuerdo, cruel como un latigazo.

«¡Oh, qué ridículo viaje por salas y pasillos, a obscuras, a las dos de la madrugada, en busca de un imposible, de una grotesca farsa... de un absurdo cómico... pero tan amargo para ella!...». Y Ana, sin querer, como siempre, mientras iba a tientas por el salón, pero sin tropezar, pensaba: Y si ahora, por milagro, por milagro de amor, Álvaro se presentase aquí, en esta obscuridad, y me cogiese, y me abrazase por la cintura... y me dijera: eres mi amor...; yo infeliz, yo miserable, yo carne flaca, qué haría sino sucumbir... perder el sentido en sus brazos.... «¡, sucumbir!», gritó todo dentro de ella; y desvanecida, buscó a tientas el sofá de damasco y sobre él, tendida, medio desnuda, lloró, lloró sin saber cuánto tiempo.

Y Salvatierra no se daba cuenta de cómo había salido del ventorro remolcado por la mano febril de Alcaparrón y cómo había llegado a Matanzuela con una rapidez de ensueño, corriendo tras el gitano, que tiraba de él, al mismo tiempo que le llamaba su Dios, convencido de que haría el milagro.

Cuentan que iba a sus caballerizas a altas horas de la noche, provisto con una linterna y que colocaba en ellas muchas velas encendidas. Había llegado a no poder dormir, y se lo pasaba allí, haciendo chasquear el látigo y mirando los caballos. También se ha dicho que es un milagro que las caballerizas no quedaran reducidas a escombros, con los pobres animales encerrados en ellas.

Este pensamiento la consolaba en algo y se hacía vanas ilusiones. ¿Quién sabe? puede suceder un milagro: encontrarse ella doscientos cincuenta pesos debajo de la imágen de la Virgen; había leido tantos milagros parecidos. El sol podía no salir y no venir el mañana y ganarse entretanto el pleito.