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No lo creyó así Salvador, viéndole con tan buenas explicaderas, sereno de aspecto y fácil de palabra. Contento de este cambio que parecía milagro, le reanimó con palabras cariñosas y le hizo un resumen del estado de la guerra y de la política.

¡Bien dicho, bien dicho! exclamó el buen Sr. Wilson. Yo temía que la mujer pensaba solo en hacer de su hija una saltimbanquis. ¡Oh! no, no; continuó Dimmesdale. La madre, creédmelo, reconoce el solemne milagro que Dios ha operado en la existencia de esa criatura.

Vamos a contar» dijo ella extendiendo su tesoro sobre el veladorcito del gabinete, mueble de hierro pintado que se salvó por milagro. Don José puso la luz en el velador y tomó asiento. «¡Si hay aquí un dineral! El billete es de doscientos...; veinte, cincuenta, ochenta. Total: setecientos veintiocho reales y dos perritos. Y no debo nada al casero... Estamos bien.

El asombro de la santa era tan grande, que no lo podía expresar. Abría la boca, maravillada, cual si presenciara un milagro. «Pero de veras que ... Mira, hijo, si quieres que yo crea en ese estado de tu espíritu, es preciso que me lo pruebes...». ¿Cómo he de probártelo? Vamos a ver dijo la virgen y fundadora, con resolución . ¿A que no haces una cosa?

¡Ah! conocéis que habéis hablado mal dijo la Dorotea sentándose , y que vuestras malas palabras han hecho mucho daño. ¿Y quién había de creer que ese don Juan era un milagro y una fortuna insolente? ¿Quién había de esperar lo que ha sucedido? Cuando os digo que estoy atónito, y espantado y medroso, y que de mismo recelo, y que ya no qué decir, ni qué pensar, ni por dónde salir...

Para poder verlo desde el sitio en que se encontraba, tuvo que aproximarse a Melchor hasta rozarlo casi con su cuerpo llevándole, por un instante, mezclado al olor a campo, la dura sensación de aquel contacto. ¿Y qué milagro?... ¿Don Melchor... le cebaré un matesito?

El pueblo culpable conocía el poder que de tal modo lo conmovía. Las gentes pensaban que el joven ministro era un milagro de santidad: se imaginaban que por su boca hablaba el cielo, ya para consolarlas, ya para reprobarlas ó bien para decirles palabras de amor ó de sabiduría. Á sus ojos, el terreno que pisaba estaba santificado.

Y es una de gran peso el considerar que no se logra escribir bien y sacar a luz obras inmortales con larga meditación y estudio, sino que las mejores obras suelen brotar de repente, y el autor las produce como por milagro y caso divino, escribiendo veinte cosas malas o medianas antes de atinar con una buena.

Después que comulgó don Pompeyo con toda la solemnidad requerida por las circunstancias, teniendo a su lado al cura de cabecera, a don Fermín y a Somoza, el médico, Vetusta entera, que había acudido a la casa y a las puertas de la casa del converso, se esparció por todo el recinto de la ciudad haciéndose lenguas de la unción con que moría el ateo, a quien ahora todos concedían un talento extraordinario y una sabiduría descomunal, y pregonando el celo apostólico del Provisor, su tacto, su influencia evangélica, que parecía cosa de magia o de milagro.

Digna es de verse la Disertacion de VARBURTHON sobre el milagro que estorbó á JULIANO el Apóstata reedificar el Templo de Jerusalén, donde prueba concluyentemente este milagro y otros contra MIDLETON. Dicen: ¿quién sabe hasta dónde llegan las fuerzas de la naturaleza para conocer que el prodigio sale mas allá de ellas?