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La tercera noche, como si la suerte hubiera querido hacerme pagar sus favores desperdiciados, perdí todo lo que tenía, más cincuenta mil francos que el mozo de la sala de juego me prestó bajo mi firma. Aquel día llegué á casa de Lea aniquilado, embrutecido, y mi querida vió fácilmente que me ocurría alguna desgracia que yo juzgaba irreparable.

Las opiniones fueron diversas, y se dudaba si el buque volado era el Santa Ana, el Argonauta, el Ildefonso o el Bahama. Después se supo que había sido el francés nombrado Achilles. La expansión de los gases desparramó por mar y cielo en pedazos mil cuanto momentos antes constituía un hermoso navío con 74 cañones y 600 hombres de tripulación.

Me resultarían mil disgustos, mil complicaciones.... Aborrezco los escándalos. ¡Hombre, qué juventud tan sosa son ustedes! Parece mentira que habiendo visto lo que vimos.... No me conviene, lo dicho; me alegraré de que me destinen a cualquiera parte. Si me quedo aquí, es fácil.... Y después, ¿sabe usted lo que es esa Fábrica?

No creerla habría sido como poner en duda la luz del día. «Pues con esas condiciones le daré a usted cuatro mil realitos», declaró Rosalía con ínfulas de prestamista».

En todas sus cartas, el deseo de riquezas y la esperanza de encontrarlas mezclábanse con un entusiasmo religioso por sus viajes, que iban a proporcionar a la Iglesia la conquista de millones de almas perdidas en la idolatría. «El oro es bueno, Señora escribía a la reina ; y tal es su poder, que saca las almas del Purgatorio y las lleva al Paraíso.» Y a la vez que ingenuamente exponía esta impiedad, deseaba reunir mucho oro para armar un ejército a su costa de cien mil infantes y diez mil caballos, con el cual prometía al Papa rescatar el Santo Sepulcro del poder de los infieles y contener el avance de los turcos.

Avanza á continuación del acero, el trigo y otros artículos indispensables para la vida. Hay en aquella República veinticinco mil salas de cinematógrafo, algunas de ellas con lugar para más de seis mil espectadores.

La chismografía, caro lector, no ha sido jamás, según opinión generalmente admitida, patrimonio del sexo fuerte, pero, con todo, me veo obligado a declarar que apenas se hubo cerrado la puerta tras de Magdalena, cuando nos apiñamos cuchicheando, sonriéndonos y trocando entre nosotros sospechas, suposiciones y mil hipótesis respecto de nuestra bonita patrona y su extraño huésped: creo que hasta llegamos a empujar a aquel imbécil paralítico, que estaba quieto como una esfinge, sin voz, en medio de nosotros, oyendo con la serena indiferencia del pasado en sus ojos, nuestra charla inacabable.

¡Esto ha concluido! dijo Hullin a Jerónimo . ¿Qué pueden hacer quinientos o seiscientos hombres contra cuatro mil en línea de batalla? Los falsburgueses volverán a sus casas diciendo: «¡Hemos cumplido con nuestro deber!», y Piorette será destrozado.

Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo: con tres mil y trecientos azotes, menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la parió. No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro.

Esto es imposible; pero lo que no es imposible es la igualdad ante la ley. Nueva retirada, nueva trinchera; vamos allá. La ley dice: el que contravenga sufrirá la multa de mil reales, y en caso de insolvencia diez dias de cárcel. El rico paga los mil reales, y se rie de su fechoria; el pobre que no tiene un maravedí, expia su falta de rejas adentro. ¿Dónde está la igualdad ante la ley?