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No, no; no tan horrible; algo vulgar tal vez, pero parecíais más encantadora... Y la mesa tan mal puesta. Todo tan... Nunca he comido tan bien. Aquella mansión desmantelada te hacía valer como si fueras una flor hermosa que parece más delicada, cuando más fea e inculta es la tierra en que brota. Os habéis vuelto poeta en vuestro viaje. ¡Oh! no, absolutamente, Reinita.

Las noches las pasaba en Fornos, en una mesa de futuros genios, todos tan ignorados como él, pero convencidos de que darían que hablar mucho a la Historia. Algunos de ellos eran más jóvenes que Maltrana.

Era Karl que la buscaba por la cubierta de los botes. Hacía mucho tiempo que el clarín había lanzado la llamada al comedor, sin que ellos lo oyesen. El maestro Eichelberger, cansado de esperar, se había sentado a la mesa, enviando al niño en busca de su madre por todas las cubiertas. Mina huyó. «Hasta la noche... novio

El camarero del café le descubrió que su amo era poseedor de una mesa giratoria por medio de la cual consultaba con los espíritus cuanto quería. Bastó esto para que el paisano ardiese en deseos de conferenciar con el cafetero y asistir a alguna de aquellas sesiones maravillosas.

Tratábase de saber quién sería capaz de tragarse más sopas de leche, si los galgos enjutos é insaciables de uno de los contratistas ó los barrenadores de otro, muchachotes fornidos de Castilla, de estómago sin fondo, que nunca creían llegado el momento de levantarse de la mesa. Toda la gente desocupada del distrito acudió á presenciar el espectáculo.

»La venta se hace al contado y mediante el precio convenido, que el señor Daudet, poeta, ha mostrado y colocado sobre la mesa en dinero contante y sonante, cuyo precio ha sido cobrado y guardado por el señor Mitifio; todo ello a vista del notario y testigos que suscriben, de lo cual se extiende carta de pago con reserva.

Sentáronse Consejero, D. Norberto y él a la mesa, y no tardaron en abstraerse de todos los ruidos mundanales bajo la influencia fascinadora de la espada, la mala y el basto. Poco después Consejero rechinaba los dientes y se tiraba cruelmente del bigote, encontrándose dos veces seguidas con el tres de bastos, su enemigo personal. Hacía ya muchos años que se tenían declarada una guerra a muerte.

¡Allí, en el Ministerio, se daba un corte bárbaro, y aún me parece ver su figurita, que parecía recortada de una caja de fósforos! Con paso reposado medía, contoneándose, el ancho corredor, mientras yo estaba de facción en la puerta del salón de espera, casi al lado de la ventanilla correspondiente a la Mesa de Entradas y Salidas.

Sobre la mesa ó bufete, que era de nogal, había recado de escribir, el Breviario y otros libros. Dos sillones de brazos, frente el uno del otro, con la mesa de por medio, y donde se sentaban nuestros interlocutores, eran de nogal igualmente. Á más de los dos sillones, había cuatro sillas arrimadas á la pared. Los asientos todos eran de enea.

Es evidente que esa joven corría dos liebres a la vez y que lo reservaba como plato de segunda mesa. Sin embargo, estoy segura de que él la ama todavía... ¡Es tan hermosa y tan seductora!