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Y era que este tal pobre tenía tres muchachos pequeños, que recogían limosna por las calles y hurtaban lo que podían; dábanle cuenta a él y todo lo guardaba. Iba a la parte con dos niños de la cajuela en las sangrías que hacían de ellas, y tomé el mismo arbitrio, y él me encaminó la gentecica a propósito. Halléme en menos de un mes con más de doscientos reales horros.

Si la de Bringas se comprometía a devolverla los mil y setecientos reales en el plazo de treinta días, ningún inconveniente había en facilitárselos. Al contrario, él tenía muchísimo gusto... ¡Un mes!, ¡qué dicha!

Esto cuando está con los otros. Pero cuando está conmigo, entonces no aparta los ojos de ellos. ¿Es esto razonable? No, no lo es. Y por eso tengo desde hace un mes una buena laringitis, a fuerza de ahumarme la garganta. Anoche, sin embargo, he tenido un momento de tregua. Era miércoles.

Lo que tiene precisamente de irresistible ese centro, es su atmósfera elevada y purísima, donde el espíritu respira el aire vigoroso de las alturas. La ciencia, las artes, las letras, tienen allí sus más nobles representantes, y una hora en la Sorbona, en el colegio de Francia o en la Escuela Normal, hacen más por nuestra educación intelectual que un mes de lectura...

Según se lee en los citados acuerdos, en 1566 se concedió cierta licencia á Guerrero, en 29 de Enero de 1578 se mandó que se le dieran cincuenta ducados al mes, en 1582 se hace referencia á que se encontraba en Roma, y en 1586 en cabildo de 24 de Septiembre se trató de la jubilación del famoso músico.

Tenía siete duros al mes por todo medio de vida y una madre vieja a quien mantener, sencilla labradora que se había quitado el pan de la boca para dar carrera al hijo.

Se había hablado mucho más; se había contado la historia del Provisor tal como la narraba la leyenda escandalosa. Convinieron, hasta los más prudentes, en que era preciso fundar seriamente aquella sociedad propuesta por Foja. Se acordó juntarse a cenar una vez al mes y hacer gran propaganda contra el Magistral.

El espada volvió a Sevilla al finalizar el verano. Aún le quedaban un buen número de corridas que torear en el otoño, pero quiso aprovechar un descanso de cerca de un mes. La familia del espada estaba en la playa de Sanlúcar por la salud de dos de los sobrinillos, cuyas escrófulas necesitaban la cura del mar.

La boda de Clara y D. Carlos de Atienza se celebró al cabo en un bello día del mes de Octubre de 1795, año y medio después de morir Doña Blanca. Los padres de D. Carlos vinieron de Sevilla para asistir á la boda. Los desposados se quedaron á vivir en la ciudad donde ha sido la escena de nuestra historia.

«Pues por el orden siguiente, he ido descubriendo estos hechos: Que Fortunata no se ha muerto, que está en Madrid, que vive cerca de la Plaza Mayor, que vive en la Cava de San Miguel, en la casa de los escalones de piedra, que está fuera de cuenta desde hace un mes, y que D. Francisco de Quevedo la asiste».