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Pero su estómago era un verdadero molino, y a las tres horas de haberse llenado, había que cargarlo otra vez. «Esto no es más que debilidad decía poniendo una cara grave y a veces consternada , y no hay idea de los esfuerzos que he hecho por corregirla. El médico me manda que coma poco y a menudo».

AZUCENA. No... bastante lo he deseado, pero el sueño huye de mis ojos. MANRIQUE. ¿Tenéis frío tal vez? AZUCENA. No... te he oído suspirar a menudo... ven aquí... ¿Qué tienes? ¿Por qué no me confías todos tus padecimientos? ¿Por qué no los depositas en el seno de una madre? Porque yo soy tu madre, y te quiero como a mi vida. MANRIQUE. ¡Mis padecimientos!

Se aproximaba hasta tocar su testuz con la punta de las banderillas; corría después con menudo paso, y el toro iba tras él, como si lo hubiera convencido, llevándoselo al extremo opuesto de la plaza.

Pues bien, mi padre, a menudo me he ofrecido para tomar la gestión de los negocios, pero vos sabéis que siempre interpretasteis mal esto, y que parecisteis creer que deseaba suplantaros.

No hay más que pensar en que tenía bajo su inmediata inspección a varias actrices secundarias, o sean racionistas, y que aun las principales veíanse obligadas a estar con él en una relación constante. De donde resultaban a menudo algunos disgustillos y desórdenes que se hubieran evitado si nuestro traspunte tuviese un temperamento menos inflamable.

Los primeros días, después de separarse Ana y De Pas, era el Magistral quien preguntaba más a menudo a Teresina, afectando indiferencia, pero sin que su madre le oyera: «¿Ha habido algún recado, alguna carta para ?». Después, también doña Paula, a solas también, preguntaba a la doncella, con voz gutural, estrangulada: «¿Han traído algún recado... algún papel... para el señorito?».

Pomerantzev estaba satisfechísimo de su cuarto, y se pasaba largos ratos contemplando los cuadros, de los que uno representaba una muchacha guardando unos patos; otro, un ángel bendiciendo la ciudad, y el tercero, un rapaz italiano. Invitaba a todos a visitar su cuarto, y tenía una singular complacencia en que el doctor Chevirev fuese a verle lo más a menudo posible.

El menudo pueblo no tiene más placer saludable que cuando alcanza a ver humillados a los que lo humillan a él cotidianamente. Cuando tal manjar se nos presenta, todos debemos dar en él con cucharones de azumbre y media, hasta hartarnos y tomar nuestro desquite.

Muchas veces, el campanero corría a la torre para hacer los toques ordinarios, pero su sitio vacío lo ocupaba un viejo manchador del órgano y gentes de la sacristía, que subían atraídas por lo que se hablaba de esta reunión entre el personal menudo de la Primada. El objeto de la tertulia era oír a Gabriel.

Es de justicia, sin embargo, manifestar que la novela moderna, si bien ha tropezado en estos fastidiosos análisis que la afean, ha logrado evitar un escollo en que á menudo se estrellaban los antiguos maestros, y es el de las reflexiones. No hay nada más perjudicial á la belleza de una novela que esa filosofía vulgar, cuando no pueril, con que muchos novelistas sazonaban sus producciones.