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Se inclina, saluda con la espada; allá, en el extremo de la calle, con las mejillas arreboladas y los ojos brillantes, agitando su pañuelo, está lo que busca, la mujer de su hermano. La joven ríe, hace señas, se empina; quiere seguirlo con los ojos hasta que desaparezca en el torbellino de polvo.

Viendo centellear suavemente en lo alto del cielo una estrellita azulada, sentí correr por las mejillas dos lágrimas.

El patriarca se acercó a Amparo; sus mejillas arrugadas y marchitas tenían a la sazón sonrosados los pómulos. Gracias, hijas... tartamudeó cabeceando senilmente . Gracias, ciudadanas.... Acércate, tribuna del pueblo... que nos una un santo abrazo de fraternidad.... ¡Viva la tribuna del pueblo! ¡Viva la Unión del Norte!

Pasados próximamente diez minutos, se oyó el redoble de un tambor, y aquella masa humana se lanzó corriendo hacia los parapetos, gritando, tanto los oficiales como los soldados: Worwaerts! La tierra se estremecía. Materne irguiose cuan largo era, y colocándose al lado de la trinchera, con voz terrible y un fuerte temblor en las mejillas, exclamó: ¡Arriba!..., ¡arriba!...

Emilio se sintió herido por aquel tono autoritario, y con las mejillas encendidas iba a responder una descantada a su suegra; pero ésta pasó de largo, entrando en la sala de tresillo.

Desnoyers protestó... ¡Pero si los invasores fusilaban á los inocentes y quemaban sus casas!... El sobrino se opuso á que siguiese hablando. Palideció, como si detrás de su epidermis se esparciese una ola de ceniza; le brillaron los ojos, le temblaron las mejillas, lo mismo que al teniente que se había posesionado del castillo.

Rojos están sus ojos, pálidas sus mejillas, contraídas sus facciones. Sus labios dibujan ora una sonrisa amarga, ora murmuran palabras ininteligibles. ¿Reza ó blasfema? ¿Implora ó maldice? ¡Pobre niña!

Eso no importa; así fuí yo, y después que... Ana sintió brasas en las mejillas empecé a engordar, a comer bien y me puse como un rollo de manteca. Y suspiró otra vez doña Águeda, acordándose del rollo que había sido. Doña Anuncia había tenido sus motivos para no engordar: unos amores románticos rabiosos.

Yo, señora, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer.

Cuando salió de San Gil la Virgen de mejillas sonrosadas y largas pestañas, bajo un palio tembloroso de terciopelo, cabeceando con los vaivenes de los ocultos portadores, una aclamación ensordecedora surgió de la muchedumbre que se agolpaba en la plazoleta... Pero ¡qué bonita la gran señora! ¡No pasaban años por ella!