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A la verdad, cuando se atiende sólo á la riqueza de la fantasía y á la fecundidad de la invención, nos asaltan algunas dudas de si son ó no superiores á los de esta época los poetas que florecieron en la precedente; y hasta la elegancia de las creaciones, el trazado juicioso del plan y la sobriedad en su desarrollo, no faltan tampoco en las obras de los poetas más antiguos, escritas en los instantes más afortunados de su inspiración; pero puede asegurarse que, comparadas con estos trabajos más perfectos, se observan, por lo menos, otros muchos, en los cuales notamos propiedades contrarias, como la violación grosera y manifiesta de las reglas de la composición dramática, falta de unidad en su conjunto, y del cuidado necesario en su corrección. ¡Y cómo había de ser de otra manera, si tenemos en cuenta la profusión y prodigalidad de Lope de Vega en esta materia, el maestro principal, que arrastró consigo á la mayoría de sus contemporáneos!

Desde la creación de la alcaicería de San Fernando, ó sea desde que á los chinos se les señaló como domicilio esa casa de contratación mandada construir por Real cédula de 7 de Septiembre de 1758, no han cesado nuestros legisladores de dictar disposiciones referentes al comercio chino, siendo en verdad la mayoría de ellas altamente odiosas, y si bien el Código de comercio fué promulgado en Filipinas, esto no obstante fué introduciendo la práctica y disposiciones posteriores grandes limitaciones, y al efecto, pueden verse la circular de 31 de Octubre de 1832 sobre capitaciones y empadronamientos de chinos, el superior decreto de 31 de Agosto de 1839 estableciendo prisiones indefinidas por falta de pagos de capitación, y restricciones para ejercer el comercio, y trabas para ausentarse del país, hasta el punto que no podían hacerlo, cual acontece hasta el día, sin licencia del Gobernador general, expediente y fianza.

Cuando los muchachos que recibían el préstamo no se pegaban un tiro y sus padres se veían amenazados por la deshonra, el señor de Cupón transigía el asunto, viniendo siempre a quedaren sus garras el sesenta por ciento al año. Fue diputado de una mayoría conservadora, y contribuyó poderosamente a varias peregrinaciones católicas.

Y así era él: así la mayoría de sus semejantes. Y este animal, que, enloquecido por lo que considera amor, tiene en el momento supremo de su dicha movimientos simiescos, gesticulaciones demoníacas, zarpazos de fiera, es el más noble de la creación, el único depositario de la verdad. ¡Qué dirían de los hombres las tranquilas estrellas si alguna vez habían seguido sus actos con sus guiños luminosos!... ¡Ah, miseria!

Desde entonces vivió una vida ficticia, pero llena de encantos, incomprensible para la mayoría de los humanos, sobre todo para los humanos de Vegalora.

Al lado del camino, su aspecto exterior era el de una simple casa de campo, construida a la entrada de un bosquecillo. Como en la mayoría de las casas de campo, su segundo piso era mucho más pequeño que el primero. El tejado era muy alto, y tenía la forma de un hacha invertida. Los días de fiesta, para alegrar a los enfermos, se izaba en él una bandera nacional.

¡Qué de costumbres diversas establecidas en una atmósfera, que en otra inferior, ni aun sabiéndolas se comprenderían! El título de este artículo, sin ir más lejos, es verdadero griego para la inmensa mayoría que compone este pueblo.

Me hablaron Santonja y don Tomás Capdepón, diputado por Orihuela. Me escribió Rebagliatto, gran cacique de aquella ciudad, y a más, íntimo de mi padre, pues se querían como hermanos. A todos contesté que mi conciencia me lo impedía. Vino la discusión en la Diputación. Hablé, y hubo empate en la primera votación. Volví a hablar, volvió a votarse, y tuve mayoría.

Cuando las sombras de la noche se extendían sobre Sevilla en aquellos tiempos de la Inquisición y de los monarcas absolutos, era preciso ser hombre de más de mediano valor para atreverse á recorrer solo las calles, la mayoría de las cuales eran estrechas, tortuosas y en las que abundaban las lóbregas travesías, las encrucijadas sombrías y los rincones misteriosos y los pesados arquillos de feísimo aspecto.

Usted debe reconocer como yo, gentleman, que únicamente las mujeres pueden aceptar esta vida de ave de corral, en la que el deseo de vivir en paz ahoga todo sentimiento noble y elevado, en la que los cacareos domésticos constituyen la función intelectual de la mayoría.