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Esta carta, donde al través de la firmeza y naturalidad de los conceptos, se entrevía una mano temblorosa y unos ojos nublados por las lágrimas, conmovió hondamente a nuestro héroe, y le hubiera conmovido aún más, hasta el punto quizá de marcharse aquel mismo día a Pasajes para pedir perdón a Maximina y hacerla su esposa, si desgraciadamente aquél no fuese un día crítico y terrible de su existencia.

Tenía el corazón henchido de suaves sentimientos; una ternura inefable invadía su alma, y se dijo: ¿Por qué no he de querer yo a esta niña también? ¿Por qué no he de decírselo? Agitado por este deseo súbito, se levantó de la silla y entró en casa con la esperanza de encontrar a Maximina y expresarle lo que en aquel momento sentía.

Creyó que estaba soñando: de tal modo se pintó el espanto en sus ojos, que Maximina se detuvo en medio del gabinete. ¡Vamos, necio, no pongas esa cara, que la asustas! exclamó Julita. Brilló entonces una chispa de gozo en los ojos del joven. Maximina, más roja que una cereza, avanzó unos pasos más y le preguntó con voz temblorosa: ¿Cómo se encuentra V., Miguel?

Aquella salida grosera indignó mucho a Miguel, quien dirigió al chicuelo una mirada de desprecio. Maximina se había puesto levemente encarnada. No lo crea V... , desearía volver; pero no causando perjuicio a nadie. Comprendo que ahora, mientras las niñas no sean mayores, mi tía me necesita... ¿Y qué tiene de particular que V. lo desee? dijo Miguel con dulzura.

No volvió a hablar a su hermano de Maximina: pero le dejaba largos ratos solo, y cuando estaba a su lado permanecía quieta y silenciosa, esperando con razón que el pensamiento del herido llevaría a cabo su tarea, y mejor por solo que con auxilio de nadie.

Ahora que estoy próximo a separarme de ti siguió diciendo el joven, es cuando veo cuánto has penetrado en mi corazón... Parece mentira que en tan poco tiempo te haya llegado a querer de un modo tan entrañable... ¿Te pasa a ti lo mismo? ¿Me seguirás queriendo cuando dejes de verme? Maximina movió varias veces la cabeza en señal afirmativa.

Esta, a quien impresionaba vivamente la fidelidad de Rivera a su esposa muerta, se ponía grave y redoblaba sus atenciones cariñosas hacia aquel buen amigo. Un día le dijo muy bajito metiéndole la boca por el oído: Si es niña, se llamará Maximina. Miguel le apretó la mano fuertemente y volvió la cabeza para ocultar su emoción. Así trascurrieron dos meses más.

Pero los amores de mi niña eran la hermana San Sulpicio, una andaluza hermosísima, llena de gracia y atractivo; había cuatro chicas enamoradas de ella perdidamente; pero la que se llevó la palma y llegó a ser su favorita al cabo de algún tiempo, fue Maximina; sin embargo, la hermana, que era un poco coqueta al parecer, se complacía algunas veces en mortificarla mostrándole gran frialdad o adoptando con ella un continente severo, hasta que viendo su cara contristada, se echaba a reír y le tiraba suavemente de una oreja, llamándola tonta.

Por algunas palabras que logró percibir desde el pasillo comprendió que había reyerta entre los dos primos y adivinó también la causa. Adolfo trataba de curiosear en el equipaje del huésped y Maximina se oponía a ello. Cuando nuestro joven entró, ambos quedaron sorprendidos: Maximina en medio de la sala con la escoba en la mano sonriéndole; Adolfo arrimado a una cómoda mirándole torvamente.

Esto no quiere decir que no fuese una buena religiosa; Maximina, que así se llama, en cualquier estado y situación de la vida sería buena, porque así la hizo Dios.