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Era esta la noble viuda doña Agustina Solís y Montes de Allende el Agua, matrona de treinta y pico de años, aunque lozana, fresca, graciosa, de buenas carnes y mejor parecer, y con veintiocho o treinta mil reales de renta sobre poco o más o menos.

El príncipe sonrió acordándose de lo que le había contado Toledo días antes: la desesperación de una señora cuarentona que venía de Niza con sus dos hijas todas las tardes y había acabado por perder cincuenta mil francos. ¡Ojalá me hubiese echado un amante! gemía la matrona con ojos lacrimosos . Mejor hubiera sido entregarme al amor. Entró Miguel en otros salones sin claraboya.

Lo que no podía admitir era que aquella muchacha pálida, modesta, con grandes ojos negros y sonrisa de pueril malicia, tuviese el menor parecido físico con la respetable matrona que le había dado la existencia. La gran fiesta para Chicha era la misa del domingo. Representaba un viaje de tres leguas al pueblo más cercano, un contacto semanal con gentes que no eran las mismas de la estancia.

a la matrona ibérica, a la gloriosa anciana, la que empuñó el gran cetro del mundo, soberana, que la ama Filipinas con hondo amor filial; y al cobijarla un tiempo bajo su enseña de oro, legándole su ciencia y su idioma sonoro, cumplió ella su sagrada misión providencial.

La otra persona era la mujer del tío Francisco, una virtuosísima anciana, indígena también y tan resignada, tan llena de piedad como su marido, a cuyas virtudes añadía las de un corazón tan lleno de bondad, de una laboriosidad tan extremada, de una ternura maternal tan ejemplar y de una caridad tan ardiente, que hacían de aquella singular matrona una santa, un ángel.

Cada caballo es un príncipe, con su corte de lacayos, cada yegua una jóven mimada, y cada mula una matrona respetable y corpulenta que, al mirar con desden al Español plebeyo que se acerca, parece tener la conciencia de su dignidad y su grandeza. Todo el edificio es admirable por la cómoda distribucion, el aseo, la magnificencia de las razas de brutos y el buen servicio.

Al segundo día de ser vecino del más alto de los munícipes, adquirí amistades con la respetabilísima y nunca bastante cantada mi señora Doña Tintay, Capitana en ejercicio, moza ya entrada en años, de anchas caderas, gran verbosidad, gran fama como matrona y gran influencia como legítima esposa, de legítimo matrimonio con el Gobernadorcillo del pueblo de Legaspi, el Sr.

Ahora me explico su conducta.... Ya se ve ... ¡Oh! es preciso una educación fuerte. Pero, señoras ... yo ... ¿qué he dicho? ... yo balbució Clara muy turbada. Una mujer ... si se casa.... ¿Pero casarse es ofender á Dios? No, señora, no contestó la matrona: el matrimonio es cosa muy principal; sin matrimonio no habría mundo.

Por de pronto, a casa de nuestra amiga la marquesa de Montálvez, que ya no es la indigesta, doliente y envejecida matrona de antes ni vive en el suntuoso principal de la calle de Alcalá, donde tantas veces penetramos el lector y yo: ahora se trata de su hija, la cual, si ha perdido mucho en frescura con el cambio de vida y el roce de los años, ha ganado otros atractivos no menos poderosos con la vigorosa acentuación de sus formas, que ha modificado su belleza, pero sin destruirla, y vive en la calle del Barquillo, desde la fuga del banquero, en otro principal bastante más barato y más pequeño, o mejor dicho, bastante menos caro y menos grande que el de la calle de Alcalá.

Siete años duró el matrimonio, y su único fruto fue Juanito, a quien pusieron tal nombre por apadrinarle el hermano de Manolita, o más bien, doña Manuela, pues el estado de maternidad, ensanchando sus macizas carnes de matrona, habíanla dado un aspecto respetable y majestuoso. Aquel marido aceptado en un arrebato de ira, no llegó a inspirarla amor mereció la tierna simpatía del agradecimiento.