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El rostro de Ricardo, donde se traslucía la profunda emoción que le embargaba, no era a propósito para tranquilizar a nadie. ¿Qué ocurría? ¿Por qué le llamaban? Don Mariano dijo el joven anudándosele la voz en la garganta , tengo el honor de pedir a usted la mano de su hija Marta.

Marta vería en breve que un genio bienhechor reinaba en torno de ella en la casa: aprendería conmigo a emplear de una manera eficaz, para la salvación de su marido muy amado, el amor que la consumía en vano.

Debéis saber que Marta tiene principios muy severos respecto de la virtud de las mujeres, y que, su corazón es todavía puro y sencillo como el de una niña de veinte años. ¡Cómo! pretenderíais hacerme creer... Es muy natural, señor. Ha sido criada en un convento y no salió de él más que para casarse con un hombre viejo ya, que ella no conocía casi.

Halló a Marta en la cocina muy ocupada en heñir la masa de una empanada. ¿Y María, ma petite ménagère? Está en su cuarto arreglándose; no tardará en bajar. Si te molesto en tu trabajo, me voy; si no, me quedo. No me molestas, si te quitas un poco de la luz..., así...; ya estás bien. Corriente; me quedo para aprender a hacer..., ¿qué es lo que estás haciendo? Una empanada de jamón.

Retrato de la Infanta doña Margarita, núm. 1.084. Visita de San Antonio Abad a San Pablo, número 1.057. De propiedad particular. El Vendimiador. San Pedro. Retrato de Don Diego de Corral. La Virgen entregando una casulla a San Ildefonso. Cristo y los peregrinos de Emaus. Retrato de Velázquez. La Túnica de José. Galería nacional de Londres. Cristo en casa de Marta.

A los quince años era tan grande y tan fuerte como ahora, y no faltaba de vez en cuando algún joven campesino galante que me dijera que yo era muy bonita, mucho más bonita que todas las otras, y que Marta en particular. Eso me chocaba, pues todavía la vanidad no tenía cabida en . En esa época soñé una noche que Marta había muerto.

¡Oh, caso portentoso! Ricardo observó, con pasmo, que al tiempo de hacerle la caricia, el rostro de María se había trocado súbitamente por el de Marta. ; eran sus ojos negros y rasgados, sus mejillas frescas y sonrosadas, sus negros cabellos cayendo en rizos por la frente.

Ricardo la vio alejarse, cada vez más sorprendido, y permaneció algún tiempo en el banco tratando inútilmente de explicarse la conducta de la niña. Después se levantó y comenzó a pasear por la huerta. Al cabo de un rato se había olvidado enteramente del llanto de Marta. Otras memorias más punzantes vinieron a turbarle el ánimo y a embeber su atención.

Marta, que hacía alarde de sus conocimientos lingüísticos hablando inglés, francés, italiano, acabó por seguir a la Gorgheggi en su empeño de hablar español, para que la entendiese Emma.

Lo mejor en estos casos para hacerse cargo del asunto es verlo por propio. ¡Al que se meta contigo no le arriendo la ganancia!... La verdad es que, bien mirado, una niña de catorce años no tiene derecho a poseer unos brazos como esos. Marta suspendió su obra para reír. ¡Jesús, qué pesadísimo eres, criatura; no se te puede sufrir!