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Lo cierto es que D. Pedro Minio, marqués de Santa Bárbara, era persona imponente en una parada, o pasando revista de inspección en los cuarteles, o dando militares gritos en las varias Direcciones que desempeñó.

Y el mismo curioso autor contemporáneo de estos sucesos, añade, después de haber dicho que el padre del marqués habíale afeado á su hijo la primera disputa en la Aduana, aquella tarde del día 21 de Diciembre de 1638: «Los parientes del difunto, que son muchos y muy calificados, conocieron la razón, y que su propia presunción y soberbia le quitó la vida al don Martín de Medina, marqués de Buenavista, si ya no discurrimos que el no haber querido desistir, habiéndose interpuesto el padre, y reprendídole diciéndole que estaba muy soberbio y vano, le ocasionó la muerte, como sucederá con los que no obedecen á sus padres

¡No puede ser! ¡no puede ser! repitió el duque poniéndose a dar vueltas por el despacho, presa al parecer de violenta agitación . Me habrán suplantado la firma. El marqués de Arbiol sonrió desdeñosamente. Traía el sello de su casa.

Y aquí fué el origen del desafío, porque el marqués montó en cólera y retó al conde, acudiendo los dos rivales á los pocos días á las inmediaciones de la ermita de San Sebastián, donde se batieron briosamente, mas cuando era más empeñada la lucha se rompió la espada del Asistente, parando sus golpes el de la Algaba.

Esos vestidos son de Milagros. Ayer, ¡si vieras!, tuvo la pobre una espantosa reyerta con ese caribe del marqués. Que si él era el que gastaba, que si gastaba más ella, que si , que si yo... Por poco hay una tragedia.

El ingenio del marqués de Butrón encargóse entonces de hallar remedio, y al frente de su brigada femenina acometió la empresa: imaginó, por de pronto, crear una asociación de señoras para socorrer a los heridos del Norte, que, difundida por toda España, había de allegar recursos de todos géneros para ser distribuidos abundantemente en el ejército a nombre de las señoras alfonsinas, preparando así los ánimos para secundar el movimiento .

Corriente, padre rector, corriente... Yo tengo mi confesor fijo; nunca me he confesado con otro... El padre Pareja, excelente sujeto. ¡Un santo, padre rector, un santo! ¿Usted me entiende? El padre rector lo entendió tan bien, que estuvo a pique de soltar la risa. El padre Pareja, confesor ordinario del señor marqués, había muerto diez años antes.

También el marqués de Jerez tenía un volumen autógrafo de versos del autor, pudiendo ser estudiados con detenimiento sus méritos en la Biblioteca Rivadeneyra y en los dos libros que con el título de Poesías del doctor Juan de Salinas publicaron los bibliófilos andaluces en 1869.

No pasaba nadie; pero podían pasar... y ¿qué se pensaría si le veían allí, espiando a los convidados del Marqués?... Debía marcharse... ; pero hasta que aquellos bultos se retirasen del balcón no podía moverse.

Sus disentimientos con doña Elvira estribaban siempre en que ella tenía sus favoritos, que rara vez eran al mismo tiempo los del hijo. Cuando él adoraba a los jesuitas, la noble hermana del marqués de San Dionisio hacía el elogio de los franciscanos, alegando la antigüedad de su orden sobre las fundaciones que habían venido después.