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Usted debe estar siempre en plena representación delante de su marido; ha de interpretarle continuamente la comedia del descuido; en este momento es usted joven, todo marcha bien y las menores cosas le resultarán fáciles; dentro de diez años habrá perdido usted ya su brillo y ganado otros atractivos. Yo así lo espero.

Y como este pariente mío llegó a ser, andando el tiempo, mi marido, lo sabréis cuando llegue la hora.

El P. Gil insistía en su idea de entrar primero en la casa y explorar el ánimo de D. Álvaro: tenía miedo a un escándalo. La dama se oponía con calor, convencida hasta la evidencia de que su marido se negaría en absoluto a recibirla, y tomaría precauciones para que no pisase el suelo de su casa.

La soltera, libre, no engañaría a su marido, no faltaría a ninguna promesa, no se expondría a dar a nadie por heredero legítimo a aquel que no debiese serlo. Esto es exacto. No hay argumento que pueda valer en contra.

Luego, cuando se imaginaba haber organizado su existencia definitivamente las satisfacciones de la elegancia para el mundo y las dichas del amor en íntimo secreto , una catástrofe fulminante, la intervención del marido, cuya presencia parecía haber olvidado, trastornó su inconsciente felicidad.

¿Qué le digo?... Porque aunque no le he hablado nunca, le hablaré, si usted me lo manda. ¿Dígole que no parezca más por aquí?... ¡Ay, qué mujer! Allá va como una exhalación. Está tocada, tan tocada como su marido... Todo por no enamorarse de un hombre digno, como por ejemplo... un servidor. ¡Ah! Segismundo, paciencia. Imita a los pescadores de caña; espera, espera, que al fin ella picará.

En tanto pensaba, a parte, que si me hubiera tocado ser su marido, la hubiese puesto a asar en el horno para zafarme de ella. Había tocado la cuerda sensible, porque Susana dignose sonreírme. Todos tenemos nuestra primavera, señorita. Susana proseguí yo, aprovechando aquella repentina blandura para llegar más rápidamente a mi objeto, tengo ganas de hacerte una pregunta...

Escuchólo con sumisión, y después, con voz conmovida, empezó a disculparse. Verdad que había coqueteado un poco con María Huerta, pero juraba que no estaba interesado por ella. Era una cuestión de amor propio. Cuando él se había casado con Irene, esta María había dicho en casa de Osorio que no comprendía cómo Irene aceptaba por marido un chico tan feo y tan insustancial.

Un día, digo, llegó el señor de Kerveloch, conducido por un amigo de mi tío. Viéndole entrar, adiviné que traía intenciones, y supuse también que le gustaría a Blanca, porque tenía todas las cualidades que ella pretende en un marido.

32 No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de [la] tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, y yo me aunque fui el marido de ellos, dijo el SE