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Calló la criada, y siguió el hombre su paseo. Ya no cabía duda. Josefina era, no sólo inocente, sino víctima de una infamia. La culpable era Margarita de Algalia, y el que pasaba por novio de la hija era su amante. ¡Maldad inicua! La madre quería comprar el secreto de su delito a costa del reposo de la pobre niña.

De como Cervantes oyó el fin de la historia de Margarita entre las cabilaciones que le causaba el no saber adónde le llevaría la historia de sus amores.

Sus largos cabellos grises se agitaron, sus pálidas y contraídas mejillas se estremecieron y sus ojos despedían relámpagos. En aquel momento Catalina parecía hermosa, hermosa como la anciana Margarita de la que había hablado Yégof. Hullin le tendió la mano en silencio, sonriendo de entusiasmo, y dijo: ¡Perfectamente, perfectamente!... En la familia somos siempre lo mismo.

Toda la familia se había opuesto á que le acompañase hasta el ferrocarril. Su hermana iría con él. Y al regresar Margarita á la casa la había encontrado en un sillón, rígida, con el gesto hosco, eludiendo nombrar á su hijo, hablando de las amigas que también enviaban los suyos á la guerra, como si únicamente ellas conociesen este tormento. «¡Pobre mamá!

Mas para que se adoren los secretos de la providencia Divina, las otras dos hermanas de estos cuatro, Isabel Terongí, mujer de Agustín Cortés y Margarita Terongí, Doncella, aunque permitidas caer en igual culpa fueron asistidas de la gracia para levantarse, convertirse a la y perseverar en ella hasta la fin como de las muestras puede piadosamente creerse.

Con estas palabras avivado había Margarita el fuego de la celosa rabia de Cervantes, que se arrepentía más y más de su pasada, pero irreparable debilidad y ligereza.

Medio muerta tráela vuesa merced, señor soldado, dijo la tía Zarandaja, mirando con el rabo del un ojo a Margarita, y guiñando con el rabo del otro a las vecinas que con ella estaban a la puerta; y con sólo haberla metido en mi casa, a la vida la ha tornado; y ya se verá cuando saliere, si es la misma que cuando entró.

Sentáos, sentáos dijo el rey ; vos sois mi buena, mi hermosa, mi amada Margarita dijo el rey tomando á la reina una mano, y besándosela ; y vos, padre, sois mi amigo y mi confesor. Ya sabéis cuánto he defendido yo el que os aparten de mi lado, á pesar de que Lerma me ha hablado mal de vos. Yo os aprecio mucho, fray Luis; más que apreciaros, os reverencio.

La señorita Margarita con los ojos fijos sobre la cima de los árboles que bordaban el camino, me dijo entonces con irónica altivez: ¿Será menester pedirle perdón? Ciertamente, señorita respondí con firmeza si alguno de los dos tiene que pedir aquí perdón, sería usted seguramente: usted es rica y yo soy pobre; usted puede humillarse... ¡y yo no! Hubo un momento de silencio.

Esta orden servil estaba tan fuera de la medida de las que acostumbraba dirigirme y de las que puede creérseme dispuesto á sufrir, que la atención y la curiosidad de los más indiferentes se despertó al instante. Hubo un embarazoso silencio: el señor de Bevallan arrojó una mirada de asombro sobre la señorita Margarita; luego me miró, tomó un aire grave y se levantó.