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El orgullo y la jactancia que le inspiraba ella, antes de su caída; la rabia que le causa la pérdida de su honra; las palabras todas que pronuncia antes y durante el duelo; y sus terribles reconvenciones a Margarita, cuando está ya moribundo, todo esto es real y bello a la vez. Goethe en tres o cuatro hojas, levanta una figura viva, que no se borra nunca de la mente de nadie.

Margarita de Austria, que miraba con profunda alegría el cambio que se había operado en Felipe III, puso otra nueva carta abierta sobre la que el rey leía por segunda vez. Del conde de Olivares dijo el rey leyendo la firma de aquella segunda carta.

Se me respeta, pero no se me ama; basta el más ligero motivo para que no se me oculte el desvío que causo. ¡Como ha de ser! ¡Y yo, á pesar de todo, me afano por complacerte, Margarita! La reina comprendió que debía bajar del empinado lugar á que se había subido; que debía ser mujer, y combatir al hombre, no al rey.

Desde el principio comprendió Margarita de Austria que su camarera mayor era un instrumento de Lerma, y no le rompió porque prefería un enemigo de quien podía burlarse, á arrostrar el peligro de que, más precavido el duque, ó más atinado en una segunda elección, la pusiese al lado una influencia más temible.

Fernando y Salvador se abrazaron cordialmente; contaban una misma edad y habían hecho juntos algunas memorables jornadas infantiles. Cuando entró Narcisa en la sala, Salvador no pudo remediar cierto azoramiento mortificante, que ella interpretó a su antojo. Llevaba el médico en la solapa una blanca margarita del jardín de Luzmela.

A Margarita Terongí, Doncella, hija de Rafael José Terongí, alias Felós. El Doctor Francisco Pou, Presbítero &c. El P. Fray Antonio Llenzor, Franciscano &c. El Padre Fray Juan Gazá, Franciscano &c. A Beatríz Cortés, mujer de Melchor José Forteza, alias Menjús. El Doctor Antonio Pastor, Rector de Porreras &c. El P. Gabriel Ferragut, de la Compañía de JESUS. El Padre Fr.

Alejandro, el audaz seductor de aquella honesta Margarita, fue a golpear la puerta de una posada de la plaza de Lorca, donde se instaló con su compañera, resuelto a darle su nombre para cubrir su falta y purificar su honra manchada. El buen tío Ramón se había recogido temprano aquella noche; el primer día de mascarada lo había rendido por todo el carnaval.

La justicia tomó por el atajo; dejó una guardia de alguaciles con los muertos, y asimismo, para que la casa guardasen; envió al hospital los heridos, y a todos los otros, sin exceptuar a Margarita ni a Florela, se los llevó a la cárcel y los encerró.

La misma Margarita parecía pensativa y recogida. En cuanto á , después de haber penetrado en la caverna y examinado el dolmen bajo todas sus faces, me puse en posición de dibujarlo. Hacía diez minutos que me hallaba absorto en este trabajo sin preocuparme de lo que pasaba á mi alrededor, cuando la señorita Margarita me dijo de repente: ¿Quiere usted una Velada para animar el cuadro?

La servidumbre iba y venía de un lado a otro, trasladando ropas, sombreros y trebejos diversos. Saliendo de una habitación interna, apareció Margarita, envuelta en una ligerísima bata, sofocada, jadeante, encendida. Me tendió sus torneados y blancos brazos. ¡Marianela!!!... ¿Pero qué barullo es éste? ¿Levantas la casa? ¿Te mudas? Preparándome para Mar del Plata.