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El joven se convirtió en su alter ego, en quien podía confiar con toda seguridad. Juan sería el continuador de su obra. Su naturaleza leal, su espíritu estudioso, su vida entera pasada en la fábrica y en la intimidad elegante de la familia de los Aubry, le habían formado una personalidad atrayente. Nada de ficticio había en él; marchaba en el mundo sin preocupaciones y sin artificios.

Lo mismo usted que los amigos que le han apadrinado sabían que mi hijo marchaba como un cordero al sacrificio, porque su infernal habilidad en el arma que había elegido le daba sobre él una superioridad indudable. ¿Quería usted que habiendo sido abofeteado le diese a elegir el arma que más le conviniese? replicó Aldama con más humildad.

Anita recibía las pocas visitas que don Álvaro se atrevía a hacerle, sin alterarse, tranquila en su presencia, y tranquila después que se marchaba. Procuraba apartar de él su pensamiento, con la conciencia de que era aquel recuerdo una llaga del espíritu que tocándola dolería.

Ni disgusto ni ambición de dinero. Era que se había cansado de vivir allí; sentía la nostalgia de ver países nuevos: le arrastraba la movilidad de carácter de los de su tierra. Iría á Asturias ó á Cataluña; tal vez se embarcase para América; aún no se había buscado un nuevo puesto, pero acariciaba la ilusión de llevar con él á su madre á un clima que fuese mejor. Por esto sólo se marchaba.

El señor de Maurescamp no se encontraba bien; sentíase irritado del papel secundario que desempeñaba en tales ocasiones; encogíase de hombros, decía dos o tres bromas groseras y se marchaba. A pesar de todo, la verdad tiene tanta fuerza, que a veces sentíase inclinado a creer que sus relaciones eran en efecto puramente sentimentales.

¡Pues baje usted a Alsacia y ya verá! Aquella pobre gente se marchaba moviendo la cabeza con un aire de profunda indignación, y Materne se reía para sus adentros.

Y Rafael, para ir a casa de la cómica, se ocultaba como en su época de niño, cuando robaba fruta en los huertos; marchaba por sendas y ribazos al abrigo de los setos, y la vista de una hortelana o de un muchacho le obligaba a pesados rodeos.

Estaba desarmado para la vida: el último de los vagabundos que marchaba por las carreteras valía más que él, con toda su cultura inútil. Fuego... necesitaba lumbre. Se lo pedía Feli angustiosamente, en el tormento de la congelación que turbaba su sueño. Miró con rabia los papeles y libros apilados en un rincón.

Había considerado la alquería lo mismo que si fuese su casa; pero ya que llegaban estos intrusos y eran bien recibidos, él se marchaba. Además, sufría en silencio el despecho de no ser, como en los primeros días, la única preocupación de la familia.

Pero era doloroso aplazar otra vez, y sabía Dios hasta cuándo, toda esperanza, todo proyecto de conquista. Quería observar en el rostro de Ana la huella de una emoción, al decirle que se marchaba sin saber cuándo volvería. Pero Ana oyó la noticia como distraída; ni un solo músculo de su rostro se movió. Nosotros dijo nos quedamos este verano en Vetusta.