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Bajaron por un sendero estrecho y empinado y entraron en un bosque de castaños que se prolongaba hasta la orilla del río. El sacerdote advirtió que estaba muy húmedo, pero la joven marchaba delante dando gritos de alegría, metiéndose hasta la rodilla en la yerba, batiendo las palmas como una niña a quien perdonasen la escuela.

Volvió la espalda al grupo: se alejó. ¡Adiós, amor! ¡Adiós, felicidad!... Marchaba ahora con paso firme; un milagro acababa de realizarse en su interior: había encontrado su camino. ¡A París!... Una ilusión nueva iba á poblar el inmenso vacío de su existencia sin objeto. La invasión Huía don Marcelo para refugiarse en su castillo, cuando encontró al alcalde de Villeblanche.

En las grandes fiestas marchaba al frente del cabildo Con capa pluvial y un bastón de plata tan alto como él, que hacía retemblar las losas con sus golpes, y durante la misa mayor y el coro de la tarde rondaba por las naves para evitar las irreverencias de los devotos y las distracciones de los empleados.

Al salir la gente, pareció quedarse vacía la baca. El camargués habíase apeado en Arlés, el conductor marchaba a pie por la carretera, junto a los caballos. El amolador y yo, cada uno en su rincón respectivo, nos quedamos solos allá arriba, sin chistar. Hacía calor, el cuero de la baca echaba chispas.

Era mucho el talento de su hermana. Los domingos, al ir a misa, marchaba delante de sus padres acompañada por todos los pretendientes. Un ejército: don Jaime los había encontrado varias veces. Las amigas, al verla llegar con este acompañamiento de reina, palidecían de envidia.

Yo saltaba antes los escalones de dos en dos; ahora los saltaba de tres en tres, contestándole al mismo tiempo: , señor, un grupo muy magnífico, allá voy, espéreme usted, y miraba hácia bajo, para ver si faltaba mucha escalera. Creí no llegar; hasta sospeché que habia equivocado el camino y que marchaba hácia las nubes.

Come, pues, alguna cosa repetí a Yolanda, haciendo un corazón con los labios para que los convidados creyeran que le susurraba un cumplimiento. Decididamente, la cosa no marchaba; sin embargo, yo me había bebido ya dos botellas de ese vino blanco, y empezaba a sentirme hinchado como un odre.

Algún obrero viejo marchaba solo al lado de un hospiciano. ¡Pobrecito! No tenía madre; estaba, en su desgracia, peor que los otros. Su mano callosa, cubierta de escamas del trabajo, acariciaba las mejillas infantiles, mientras la cara barbuda miraba a lo alto, pensando en que los hombres no deben llorar. Toma un perro gordo: lo guardaba para «un quince»... Que te apliques... que seas bueno.

Rodaban automóviles ante el pabellón entre gritos de mando. Debía ser el convoy sanitario que evacuaba el castillo. Luego, cerca del amanecer, un estrépito de caballos, de máquinas rodantes, pasó la verja, haciendo temblar el suelo. Media hora después sonó el trote humano de una multitud que marchaba aceleradamente, perdiéndose en las profundidades del parque. Amanecía cuando saltó del lecho.

Un domingo, por exigencias de los arrendatarios, tuvo que ir a su huerto de Alcira, y pasó el día como un desterrado, mirando melancólicamente hacia Valencia y sintiendo un inocente enfurruñamiento contra el sol porque marchaba despacio, retrasando la hora del regreso. Por la noche, ¡con qué placer saltó al andén de la estación, hendiendo a codazos la muchedumbre que obstruía la salida!