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No; yo no me burlo de la fe dijo Aresti. El hombre es naturalmente cobarde ante el dolor, ante un peligro que supera á sus fuerzas; basta que se considere perdido para creer y esperar en lo maravilloso.

El mar no es verdaderamente hermoso, cuando está manso, sino en su contraste maravilloso con la tierra. Lejos de las costas, en alta mar, la escena es monótona cuando la tempestad no agita los ondas y produce sus fenómenos sublimes. Así, todo el interés de la navegación estaba en las escenas de á bordo, casi siempre grotescas.

Untó en albayalde un pedazo de tul, le aplicó al sitio del cuadro, ya seco, donde la blonda estaba representada, y resultó un efecto maravilloso, porque hasta los agujeritos de la blonda se veían y aun podían contarse.

Lo maravilloso es que, siendo á la vez él mismo, la pobre bola rodadera que se supone una castaña espinosa, es uno y es múltiple; es fijo y es movible; constando de dos mil cuatrocientas piezas que se desmontan á voluntad. Veamos cómo se creó. Erase un angosto ancón del mar de Bretaña.

Detente breve espacio, y contempla el renombre maravilloso, el lustre singular, que ningún otro mortal ha jamás alcanzado. Hombres y mujeres de cualquier clase, edad ó condición, para calificar lo más selecto, llámanle de Lope.

El buen Pep, ceñudo, con una palidez verdosa en su tez obscura, manejaba al herido al mismo tiempo que daba órdenes. «¡Hilas! ¡muchas hilas!... ¡Silencio las hembras! ¿A qué tantos gritos y lamentos?...» Lo que debía hacer su mujer era ir en busca de cierto pucherete que contenía un ungüento maravilloso guardado a prevención desde los tiempos de su valeroso padre, un verro temible habituado a las heridas.

Salas de lectura, de correspondencia, posta, telégrafo, y en un vestíbulo especial, tres aparatos de ese maravilloso telégrafo automático que va desenvolviendo constantemente la cinta de papel en que están consignadas, minuto por minuto, las noticias políticas, el movimiento de la Bolsa, y la oscilación en el precio de los cereales, algodones, etc.

Algo más lejos, en un claro del parque Maximiliano, una boda de campesinos, lucida y ruidosa, bebía delante de largas tablas colocadas en banquillos, en tanto que un guarda de monte, con uniforme verde y escopeta en mano, en la actitud de un hombre que dispara, enseñaba a manejar ese maravilloso fusil de aguja, que con tanto éxito empleaban los prusianos.

Dijo, pues, irónicamente, para contenerlo: ¡Que me prefiere usted a tales esplendores!... ¿Qué podré yo hacer para indemnizarlo de la privación de este maravilloso espectáculo? ¿Será suficiente ofrecer a sus miradas un semblante sonriente? ¡Me temo que perdería mucho en el cambio! ¡No se burle! Si usted supiera cuánto la admiro, comprendería por qué he sido completamente conquistado.

No queria sino dominar de una mirada aquel maravilloso conjunto; no quería sino recibir la impresion de aquel enorme promontorio, y veo perfectamente hasta los menores detalles. Este coloso que contemplo es el arco de más magnitud de que habla la historia.