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23 Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate, y échate en el mar, y no dudare en su corazón, mas creyere que será hecho lo que dice, lo que dijere le será hecho. 24 Por tanto, os digo que todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá.

El mar no es el límite de las naciones, de los continentes y las razas. Al dia siguiente, á las siete de la mañana, saltábamos á un falucho para ir á visitar á Gibraltar. Al poner pié en el estrechísimo puerto, cerca de las primeras murallas y la gran puerta, y en medio del alegre bullicio de una plaza de mercado, fue preciso pedir la licencia de entrar, escrita.

Con este pretendiente, que es un vanidoso cerebral, se debe emplear un «no» oscuro, nebuloso, para aumentar el mar de sus propias confusiones. Detesto los noveleros, los hombres que carecen de naturalidad. Son, además, peligrosos, porque siempre andan a caza de complejidades sentimentales.

En este mar de tinieblas, más allá de las columnas de Hércules, habían colocado Homero y Hesiodo el Eliseo, morada de los bienaventurados, las Gorgonas, tierra de eterna primavera, y las Hespérides, con sus manzanas de oro, guardadas por un dragón de fuego.

Aquí no estaban en tierra, y la vida de a bordo permite mayores libertades. Hasta el abate de las conferencias andaba por las cercanías del baile, asomando su cara barbuda. «El mar... es el mar, MonseñorPersistió en Fernando la misma sensación de desconcierto y de miedo al tropezarse con los paseantes, cual si éstos pudiesen adivinar lo que había ocurrido abajo.

Desde lo alto de una baja colina, al pasar por el pueblo de Bidarte, se alcanza á ver en la vecina costa la linda y elegante poblacion de Biarrítz enteramente nueva, y puesta de moda por la corte imperial de Francia con motivo de los baños de mar.

Lo que es por ... cuando Lombrijón quiera el pasaporte para la <i>secula culorum</i>, se lo daré. Pelillos a la mar dijo Poenco ; y pos que los dos han de morir, mueran amigos. No hay por qué ofenderse, comparito. ¿Usté se ha ofendío? preguntó Lombrijón a su antagonista. ¡Cachirulo! Yo no, ¿y usté? Tampoco. Pues vengan esos cinco mandamientos. Allá van, y vivan las Cortes y viva miloro.

Embarcóse, pues, esta augusta señora en Aden, que era el mejor puerto de sus Estados, y con próspero viento, navegando por el mar Bermejo, aportó a Aziongaber, y desde allí, por Sela, Beersebá y otras poblaciones, llegó hasta Hebron, donde el Rey Sabio salió a recibirla con mucha cortesía y aparato.

Esta lengua no se limitó á presentar dichos títulos, sino que también se difundió por el mundo, llevada en triunfo bajo el amparo del estandarte de Castilla, por el inmenso continente recién descubierto, por las remotas islas del mar del Sur, y aun por las naciones de Europa, que reconocían entonces, ya que no nuestro imperio, nuestra preeminencia.

No nos sorprende, pues, que la gran masa de agua denominada mar, desconocida y tenebrosa en su profundo espesor, se haya aparecido siempre formidable á la humana imaginación. Los orientales sólo ven en ella la amarga sima, la noche del abismo. En todos los idiomas antiguos, desde la India hasta la Irlanda, el nombre de mar es sinónimo de «desierto, noche».