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Hoy es viernes contestó Manzanares ; anteayer salimos de Tenerife... También a me parecen dobles o triples los días que llevamos aquí. ¡Y los que nos faltan aún para llegar!... Esta tarde, según dice el capitán, veremos de lejos las islas Cabo Verde... El lunes pasaremos la línea. El viaje no puede presentarse mejor: una lindura... Mire usted qué mar.

A Juan lo contrarió mucho este aviso; habría deseado no mezclarse en el movimiento social durante su estancia en Etretat; pero juzgó que sería poco cortés rehusar la invitación, y contestó que no faltaría. Algunos momentos antes de la hora señalada, Juan, de vuelta de un paseo solitario, por la orilla del mar, leía en su cuarto. Al oír el aviso de Bertrán, cerró su libro con resignación y bajó.

Sólo permanecía en su camarote el tiempo necesario para dormir. El y Tòni pasaban largas horas en el puente, hablando sin mirarse, con los ojos vueltos al mar, espiando la movible superficie azul. Todos los tripulantes, hasta los que estaban en horas de descanso, sentían la necesidad de vigilar del mismo modo. De día, el más leve descubrimiento enviaba la alarma de la proa á la popa.

Preciso es que las grandes naciones se entiendan para substituir condición tan salvaje con otra más humanitaria y civilizada, de suerte que el hombre reflexione mejor y deje de desperdiciar sus bienes, y de perjudicarse á mismo. Necesítase que Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, propongan á las demás naciones y las decidan á promulgar, todas juntas, un Derecho del mar.

Gran patriotismo, tiempo, inteligencia y buenos deseos, y todo se andará. Islote de San Bernardino. El Gran Pacífico. Cielo y agua. Nostalgia. El secreto de las mareas. Calma sospechosa. Pesca del tiburón Los crepúsculos en la mar. Poca fué la estancia en San Jacinto y pocos fueron los víveres con que pudimos reforzar las cantinas de la María Rosario.

Doña Paca era un mar de lágrimas; la niña bailaba el zapateado, tocando el techo con las manos, y Benina pensaba dar parte al administrador de entierros para que, mediante una buena paliza u otra medicina eficaz, le quitase a su hijo aquella pasión de cosas de muertos, cipreses y cementerios de que había contagiado a la pobre señorita.

Algo en , que me da miedo, me es imposible arrancar... ¡Náufrago soy que, sin brío, en medio de un mar bravío, no logró al puerto arribar! Está el horizonte obscuro... El corazón inseguro siento, templando, latir; y el mónstruo me empuja y roza y aunque cruel me destroza ¡me es imposible morir! ¡Terrible mar de la vida!

Bastaba decir que las sirenas, los unicornios navales y los caballos de mar andaban como moscas, y que un gigante, con los ojos encarnados, tenía en la cueva su misteriosa morada.

La lucha fue entonces horrible en toda la nave, y Morsamor, que tanto deseaba laureles incruentos, antes de los laureles tuvo la sangre. Mucha se vertió, aunque la rebelión fue vencida. Con la muerte sofocaron y castigaron Morsamor y Tiburcio aquella rebeldía. Quince cuerpos muertos de sus más valientes compañeros fueron arrojados al mar y pasto de los peces.

En medio del océano, las bahías, la laguna y el cerro de la Popa, vegeta Cartagena, como un náufrago que vacila entre los abismos del mar y la soledad del desierto que limita un continente. ¡Qué de recuerdos allí! ¡qué sublime pobreza! ¡gloriosa mendicidad de una reina caida que se hace respetar por lo que fué, y admirar por la majestad de su dolor!