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A las dos de la noche se llamó al ONO que parecia huracan, por lo que fué preciso dar fondo á la esperanza. Todo este dia se mantuvo el viento muy recio, desde el ONO al OSO, hasta la noche que se quedó calma, cuyo tiempo zarpé la esperanza. Amaneció con el viento al SO fresquito, y los horizontes cerrados.

Adela, silenciosa hacía un momento, alzó la cabeza y mantuvo algún tiempo los ojos fijos delante de , viendo como el perfil céltico de Pedro, con su hermosa barba negra, se destacaba, a la luz sana de la tarde, sobre el zócalo de mármol que revestía una de las anchas columnas del corredor de la casa.

Luego le fué empujando con una superioridad paternal. No perdamos tiempo dijo . Preocúpese de usted nada más. La marquesa tiene otras cosas en que pensar. Y se lo llevó á su casa. Durante todo el día el suceso mantuvo en continuo bullicio á los habitantes del pueblo. Muchos lo aprovecharon como un motivo para abandonar el trabajo.

Gillespie acabó embarcándose con rumbo á Melbourne, pero antes escribió á una amiga de Margaret para que ésta conociese su resolución y el lugar de la tierra adonde le encaminaba su nueva aventura. La larga navegación fué muy triste para él. La soledad voluntaria en que se mantuvo entre los pasajeros sirvió para excitar sus recuerdos dolorosos.

Atilio se mantuvo pensativo unos instantes, y continuó: Nos falta un nombre: nuestra comunidad debe tener un título. Nos llamaremos... nos llamaremos «Los enemigos de la mujer». Miguel sonrió. Que el título quede entre nosotros. Si lo saben fuera de aquí, podrían creer otra cosa.

Y en el momento en que recibía el merecido sermón de su capitán, Juan se decía: ¡La más linda es madama Scott! La maniobra se divide todas las mañanas en dos partes, con intervalo de diez minutos, durante los cuales los oficiales se reúnen a conversar. Juan se mantuvo separado, solo, con los recuerdos de la víspera.

¡Ulises, me echan! gritó ella pegando otra vez su boca á la cerradura . ¿Y , amor mío, lo permites?... ¿ que tanto me amabas?... Después de este llamamiento desesperado permaneció silenciosa unos instantes. La puerta se mantuvo inmóvil: detrás de ella no parecía existir ningún ser viviente.

Silas pronunció esta última frase lentamente, como si ella implicara otra cosa que lo que iba a herir el oído. Cuando estuvieron sentados, Eppie se arrimó contra su padre y tomándole con ternura el brazo que ya no era muy vigoroso lo mantuvo sobre sus rodillas mientras que Silas fumaba su pipa concienzudamente, lo que le ocupaba el otro brazo.

En 1783, siendo Obispo de Teruel, D. Roque Martín Merino, inundose toda la vega y llegó el agua hasta el mismo altar mayor, penetrando también por todo el convento, con cuyo motivo dicho Prelado se llevó a su Palacio mantuvo a todos los religiosos.

¡Bruto! ¡Salvaje!... ¡Ruso! Le pareció esto poco, y se mantuvo silenciosa un segundo, buscando una injuria mayor. Los recuerdos de la niñez le dieron ayuda; las leyendas oídas allá en sus tierras á los mestizos le sugirieron un nuevo insulto, como si Miguel Fedor fuese Hernán Cortés. ¡Español!... ¡Asesino de indios!