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No llegaba yo con mis preocupaciones de hombre mundano hasta el extremo de creer que no pudiera llevarse con resignación la vida desconociendo totalmente la magia del gran escenario de mis preferencias, porque tenía en contra de este absurdo el ejemplo de Mari Pepa y el de su amiga de Robacío, que eran el colmo de la felicidad dentro de ese mismo desconocimiento absoluto, sin contar las rudas y sedentarias labradoras que no sabían lo que era una pesadumbre.

Recuerdo que me eché a dormir sobre la mesa, y cuando me quise dar cuenta de dónde estaba, me encontré, como por arte de magia, a bordo de un gran buque, que salía en aquel instante de la rada de Brest. Pasábamos por delante del Fuerte del Diablo, cuando oímos el cañonazo indicando que se abría el puerto. El barco en donde estaba era un barco negrero.

El paisaje parecía transformado como por arte de magia. Pasó sin atención la vista por el valle y resumió el presente y el porvenir en cuatro palabras: Sitiados por la nieve.

Penetró majestuosamente en su palco la Asamblea, y así que los delegados ocuparon sus asientos, el tumulto se apaciguó como por magia, y cerca de veinte mil personas guardaron silencio religioso.

Arrojábase entonces al suelo, y descolgando las disciplinas, se castigaba con ellas hasta quedar cubierto de sangre, como el Señor en la columna. Pero apenas volvía a cerrar los ojos para dormirse, el Maldito, variando su magia, hacíale experimentar de manera poderosa, invencible, el vértigo de la soberbia.

Estas, por antiguas y sabidas que fuesen, siempre eran nuevas para él. ¿Qué mayor deleite para que esta ignorancia suya, que prestaba a cuanto yo le decía el aliciente de lo inaudito y la magia de lo no sabido, ni siquiera soñado?

Para el primer cargo se nombró al Juez mayor de policía, cuya obligación se reducía nada más que á construir teatro, adornarlo, iluminarlo y darlo listo: la magia quedó al cuidado de la experiencia del vacunadorcillo y el proporcionar comedia fué encargo que se hizo al Directorcillo, á quien por un favor especial se le agregó el maestro, sin duda para que en sus conocimientos de letras llevase la censura y corrección de la obra.

Perrro, señorr, ¿qué se quema?... ¡Si esto parrrece cosa de magia! pensaba el tío Frasquito, en camisa, en mitad del aposento, con los brazos cruzados, el cuello tendido, y dirigiendo a los cuatro ángulos sus narices dilatadas y sus ojos muy abiertos.

Ramiro atisbaba un tufo de Oriente; todo trascendía para él a magia, a nigromancia, a Alcorán; y el odio religioso, exaltado por su remordimiento, le contraía el corazón cuando atravesaba los barrios de la morería, entre las covachas atestadas de sedas multicolores, de bonetes de grana, de cereales, de especias, de perfumes.

Y era muy difícil defenderse de la embriaguez causada por aquella portentosa armonía de formas, por aquella riqueza de cabellos, de color, de atractivos; por aquella mirada dulcísima y ardiente que le sonreía, le enamoraba, le acariciaba, le chupaba, por decirlo así; por aquella nobleza de lo bello, por aquella magia de lo maravilloso. Encanta una mujer hermosa vestida de blanco ó de negro.