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Pero de flores y de perlas hecho, Entraba Carlos á llamarme, y daba Luz á mis ojos, brazos á mi pecho. Tal vez, que de la mano me llevaba, Me tiraba del alma, y á la mesa Al lado de su madre me sentaba. Sin ver el maestresala diligente, Y el altar de la gula, cuyas gradas Viste el cristal y la dorada fuente;

Manifestará la razon en que funda su dictámen, y quedará la materia tan clara como la luz del dia.

Sólo cambiaban el exterior y el nombre de las cosas. La humanidad contemplaba a la luz cenicienta de una religión que maldice la vida, lo que antes había visto en la inocencia de la infancia. El esclavo redimido por Cristo era ahora el asalariado moderno, con su derecho a morir de hambre, sin el pan y el cántaro de agua que su antecesor encontraba en el ergástula.

Con la puesta del sol, la muerte se presenta ante la imaginación del navegante, y recuerda el humilde techo del hogar doméstico, el apacible calor de la casa, el ángel de sus amores. Ensimismado en esos tiernos recuerdos contempla la última luz del moribundo día, llevándole su fantasía á los sitios que sueña.

De aquí podemos sacar alguna luz para concebir lo que son en nosotros los simples hechos de conciencia, abandonados á solos, en todo su aislamiento, sin ninguna mezcla de operaciones puramente intelectuales, y sin estar sujetos á la actividad reflexiva que combinándolos de varias maneras y elevándolos á la region de lo puramente ideal, nos los presenta de tal modo que nos hace olvidar su pureza primitiva.

Hasta las relaciones amistosas de doña Luz con el médico, con el cura y con D. Acisclo, eran invariables: estaban siempre en el mismo ser, sin crecer ni menguar. Sólo en las relaciones con doña Manolita hubo variación, aumentando la intensidad en el afecto. Partamos, pues, del instante en que crece y llega a su colmo esta amistad entre doña Luz y doña Manolita. Era una mañana de mayo.

Los contornos de aquella figura se esfumaban en la sombra. Pero los diamantes del pectoral lanzaban destellos y los cristales de las gafas brillaban también con los débiles rayos de luz que sobre ellos caían. Avanzó algunos pasos por la sala. Obdulia se dejó caer de rodillas.

Aquella noche algunos caballeros enlutados atravesaban la ciudad a la luz de las hachas, llevando sobre los hombros largo ataúd, que fueron a depositar en la capilla de Mosen Rubí. Valderrábano, al dejar la iglesia, apoyose en el hombro de Ramiro y lloró tiernamente. Ramiro no pudo dormir en toda la noche.

El Marqués aceptó y recogió la magnífica herencia de doña Luz. Don Gregorio se volvió a Madrid en seguida. Todo esto era naturalísimo. Lo que no lo era, porque venía a contrariar planes anteriores, conocidos ya de todos, era que el Marqués, en vez de llevarse a doña Luz a la corte, se volvió solo a los cuatro días de estar en el lugar, y se dejó en él a doña Luz, bastante delicada e indispuesta.

La mirada de Angué sigue inmóvil. ¿En qué pensará? ¿Abrigará temores? No. El sol alumbra en el horizonte sin nubes, los canarios de China cantan sus amores, las bomgas y las palmas baten sus hojas ante la fresca brisa del mar. Con cantos, flores y luz no puede haber temores. El Asuang y todos los malos espíritus, ya sabe la dalaga que buscan las sombras.