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De todo he necesitado, hasta de dinero, para sacar a esa infeliz de las garras del diablo. El claustro alto estaba desierto. Al llegar a la puerta de los Luna, la muchacha, cual si despertase de su marcha soñolienta, se hizo atrás con expresión de terror, como si dentro de la habitación le aguardase un gran peligro. Entra, mujer, entra dijo la tía . Es tu casa: alguna vez habías de volver.

El rótulo rezaba: «Apolonio Caramanzana, maestro artistaHabía un ancho escaparate, con límpida luna de cristal.

Los Luna y sus parientes más o menos cercanos, que formaban casi el total de la población del claustro alto, se regocijaron con este ofrecimiento. ¿Qué otra cosa podía ser Gabriel sino sacerdote?

¿Y de qué sirve ¡ay, patria! triste, desventurada, que sea límpido y puro tu cielo de zafir, que tu luna se ostente con luz más argentada, de que sirve, si en tanto lloras esclavizada, si cuatro siglos hace que llevas de sufrir?

13 No me traigáis más presente vano; el perfume me es abominación; luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir; iniquidad y solemnidad. 15 Cuando extendiereis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multiplicáreis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Buscad juicio. Restituid al agraviado. Oíd en derecho al huérfano.

D. Luis se quitó su sombrero, se hincó de rodillas al pie de la cruz, cuyo pedestal le había servido de asiento, y rezó con profunda devoción el Angelus Domini. Las sombras nocturnas fueron pronto ganando terreno; pero la noche, al desplegar su manto y cobijar con él aquellas regiones, se complace en adornarle de más luminosas estrellas y de una luna más clara.

Llevaba ya lloviendo un cuarto de luna. Entre el bosque innumerable de menudos y apretados chorros de agua, desde la tierra al cielo, y cuya tupida y abovedada ramazón eran las nubes grises y cárdenas, el tembloroso lamento de las campanas basilicales se extraviaba y desfallecía. Era un domingo, noche ya.

Pero el emperador no estaba muerto todavía. Al lado de su cama estaba el pájaro roto. Por una ventana abierta entraba la luz de la luna sobre el pájaro roto, y el emperador mudo y lívido. Sintió el emperador un peso extraño sobre su pecho, y abrió los ojos para ver. Vio a la Muerte, sentada sobre su pecho.

Y Leonora, siempre con los ojos en la luna, la nuca apoyada en sus brazos, que escapaban nacarados, fuertes y redondos de las caídas mangas, hablaba lentamente, evocando sus recuerdos, viendo pasar ante su imaginación la escena de intensa poesía, la glorificación y el triunfo de la Naturaleza y el amor.

Bobart, cogido por el brazo, abrió él mismo la puerta y como quisiera alumbrar el camino, con su linterna, dijo Mauricio: ¡Demasiadas atenciones! La luna basta ... y sobra. Hay que ir á buscar á mi padrino á la estufa. Ante la idea de encontrarse enfrente de Roussel, Bobart se estremeció, pero echó á andar, sin embargo. No tenía deseo alguno de resistirse.