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¡Bah!... ¡Bah!... No me hables de los hombres serios exclamó Melchor reaccionando sobre la nerviosidad con que habló de los médicos y sonriendo como si compadeciera a Lorenzo por su ingenuidad. Que también, para ti, los hombres serios son... unos...

Como usted disponga, don Melchor; pero quién sabe si a la señora le gusta que esté aquí... ¡Que no! Si Ramona es una mujer limpia. Ya empieza a darte trabajo esa mujer dijo Lorenzo. ¡Ninguno! replicó Melchor. Nosotros si que vamos a darle trabajo: la haremos nuestra sirvienta, y nos tenderá las camas mejor que José, para lo que no se necesita mucho.

¡Si yo les dije que conocerían algo bueno! decía Baldomero. Como belleza física decía Lorenzo, yo no he visto nada que se le parezca. ¡Y qué culta!... ¡qué educada!... repetía Ricardo. Bueno decía Baldomero, el viejo ha gastado un platal en esta muchacha, con buenas maestras... de francés... y de piano... ¡Toca, el piano?... ¡Sabe francés?...

Y la muy ladina estremecía el débil cuerpecillo, señalando al mismo tiempo al ministro una pequeña marquesita colocada junto al fuego y al alcance de su mano: en ella se sentó el excelentísimo Martínez, dispuesto a dejarse tostar en su mullido asiento como san Lorenzo en las parrillas. ¡Lo siento... lo siento en el alma! dijo.

Hipólito, que marchaba respetuosamente detrás del grupo, se adelantó al llegar al extremo del andén pidiendo órdenes a Melchor: ¿Van a dar una vuelta, D. Melchor?... ¿o van al hotel?... ¿Qué opinan ustedes? Iremos a lavarnos dijo Ricardo. Me parece bien agregó Lorenzo, es muy temprano para pasear.

Por mi parte le interrumpió Ricardo no he contraído con nadie la obligación de divertirles y si mi carácter es así la culpa no es mía. ¡Tuya, y nada más que tuya! Por lo mismo que como Lorenzo has tenido en tu casa cuanto has querido, el día en que alguien te negó algo te sentiste desgraciado. eres víctima de tu propia felicidad, Ricardo. ¡Vuélvete a ella!

Acordaron entonces las autoridades llevarse los de D. Cristóbal; con pompa extraordinaria le acompañaron hasta el bajel que por casual coincidencia llevaba el significativo nombre de El Descubridor, y transbordados en el puerto de Ocoa al navío San Lorenzo, antes de acabarse el año 1795, los condujo á la Habana, con los honores de almirante que le eran debidos, el teniente general de la Armada D. Gabriel de Aristizábal.

No obstante habia cierto fundamento, no si verdadero ó falso, que el teniente de San Lorenzo, quien gobernaba la partida de presidarios de dicho pueblo en las vecinas estancias, habia llevado á los reales de Gomez Freire los dos sobredichos españoles, y que en ellos estaba detenido en rehenes.

Lorenzo penetró en el dormitorio, ligeramente preocupado con la actitud en que había sorprendido a Melchor, y le dijo: ¿No te sientes bien? ¿Yo?... ¡Perfectamente!... ¿Por qué? Me dijo Ricardo que estabas sin muchas ganas de levantarte. ¡Cosas de Ricardo! ¡Tenía un poco de sueño y nada más!... en un periquete me visto e iremos a dar un galope; espérate.

¡Ya lo creo!... No sólo porque en ella se goza de un espectáculo mil veces más hermoso que desde esta ventanilla, sino porque habría conversado con el maquinista, en grande. ¡Yo no me explico, che, Lorenzo, estos gustos de Melchor!... ¡estas excentricidades!... ¡Conversar con el maquinista!... Asómbrate cuanto quieras; pero confiesa que sin motivo fundado.