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Cuando estaba loco, adivinaba por inspiración; bien lo sabes, y recordarás que te anuncié todo lo que iba a pasar... La verdad venía entonces a envuelta en una especie de simbolismo, como las verdades reveladas a los pueblos de Oriente.

El heredero de la casa de Montesinos se había enamorado como un loco de una joven de buena familia, pero sin dinero; una de esas chicas que suelen verse en Madrid en todos los teatros y en todos los saraos a la caza de un marido rico.

¿Habéis oído, viejo? continuó el herrador, que comenzó a darse cuenta de que no se había portado de una manera digna de él y a la altura de la situación . No sigáis mirando fijamente a las personas y no gritéis más, porque, si no, vamos a haceros maniatar como a un insensato. Por eso fue que no hablé en seguida, diciéndome: este buen hombre está loco.

Bastante he trabajado en este mundo. ¡Peor sería eso que dicen que dice Alancardan, o san Cardan, o san Diablo! pues... que.... No sabía cómo explicarlo el pobre don Frutos. «Ello venía a ser que en muriéndonos íbamos a otra estrella, y de allí a otra, a pasar otra vez las de Caín, y ganarnos la vida». La idea de volver, en Venus o en Marte, a buscar negros al África y comprarlos y venderlos a espaldas de la ley, le parecía absurda a Redondo y le volvía loco. «¡Antes el aniquilamiento, como dice el ateoconcluía limpiando el copioso sudor de la frente, provocado por aquel esfuerzo intelectual, tan fuera de sus hábitos.

¿No es bueno que dicen que se holgó don Lorenzo de verse alabar de don Quijote, aunque le tenía por loco? ¡Oh fuerza de la adulación, a cuánto te estiendes, y cuán dilatados límites son los de tu juridición agradable! Esta verdad acreditó don Lorenzo, pues concedió con la demanda y deseo de don Quijote, diciéndole este soneto a la fábula o historia de Píramo y Tisbe: Soneto

Mostraba en casa la cariñosa diligencia de un buen esposo y en el mundo la fogosidad de un hijo de familia emancipado. Su mujer era la más dichosa de Francia, pero no la única de quien él hiciera la dicha. Lloró de alegría al nacer su hija, allá por el verano de 1835. En el exceso de su felicidad, compró una casa de campo a una bailarina por la cual estaba loco.

Leonora parecía embriagada por el perfume viril de aquellas amenazas de pasión salvaje. Rafael, al ver cabizbaja y silenciosa a la artista, creyó que la habían ofendido sus palabras, y se arrepintió de ellas. Debía perdonarle, estaba loco. Se exasperaba ante su resistencia inexplicable. ¡Leonora! ¡Leonora! ¿A qué empeñarse en estorbar la obra del amor?

Si el respeto que a usted debo no anudase lengua replicó doña Inés , me atrevería a decir que está usted loco de atar. ¿Cómo defender el escándalo, la campanada que ha dado esa chica, transformada de repente en princesa, como en los cuentos de hadas? Tiene chiste el que le haya dado a usted la levita. Ya se la cobrará con usura.

Mariano, loco, bruto y salvaje gritó ella, despertando otra vez en su letargo de pena y despecho . Si te oigo hablar así otra vez... No dije nada, nada... Dame turrón».

El gitano miraba a todos lados con ojos de loco, y acabó por arrojarse a sus pies, agarrándole las manos con suplicante vehemencia. ¡Don Fernando! ¡Su mercé lo puee too!... ¡Su mercé hase milagros, si quiere! Mi prima... mi Mari-Crú... ¡que se muere, don Fernando, que se muere!...