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Para el señor Manolo, estaba España dividida en catorce Estados, porque así lo habían dispuesto los correligionarios por medio de solemnes y libérrimos pactos. El era ciudadano de Castilla la Nueva; pero quería vivir en paz y fraternidad con los extranjeros de los otros Estados españoles, así fuesen aristócratas, como del «cuarto estado».

No sería mucho lo que tendrían que sufrir en sus frecuentes travesías, pues, ciertamente, no gastarían tanto dinero en procurarse molestias. El nombre de esos millonarios, no cabía dudarlo, estaba en todas las bocas y el sport mas costoso, el más raro y el más brillante era el yachting. ¿Por qué no había él de figurar entre los diez ó doce soberanos de la mar? ¿No tenía los medios?

Que Ponte no había servido nunca para nada, lo atestiguaba su miseria, imposible de disimular en aquel triste occidente de su vida.

Son tales las preocupaciones y el embeleso de todos los habitantes de Villalegre durante aquella semana, que nadie hubiera notado ni la desaparición ni la vuelta de don Paco si no hubiera sido el personaje tan notable, tan activo y que por lo común andaba siempre en todo. Lo que no se hubiese sabido, ni aun en tiempos normales, eran las causas de su ida y de su vuelta.

¡Una palomita! exclamó D. Jeremías sonriendo sarcásticamente. ¡Una palomita!... ¡Un raposo! profirió con grito horrísono. Un raposo a quien hay que cortar las orejas, a quien hay que desollar vivo. Y comenzó de nuevo a dar paseos agitados lanzando al mismo tiempo tremendas imprecaciones. Al fin se dejó caer en una silla y se puso a contar lo que le pasaba. No era eso lo peor.

Esto lo supo después, cuando, ebrio de amor y un poco de benedictino non sancto, había caído en el panteísmo alalo a que le llevaban todos los entusiasmos de su organismo, más empobrecido de lo que prometían las buenas apariencias de su persona. Llegó cuando los músicos y cantantes saboreaban el ponche a la romana que Mochi había incluido en la lista de la cena.

, María, ; hay que pensar en ello, porque lo que se cuenta de los hombres, sea o no cierto, ocupa de ordinario tanto lugar en sus vidas como lo que realmente han hecho. ¡Bien lo yo por experiencia propia! ¡Obrar bien, que Dios es Dios! dijo sentenciosamente la marquesa . ¡Ese es mi lema! Y el mío también... desde hace algún tiempo.

Me lo ha dicho la portera y lo sabe toda la calle. Antonio es quien sostiene los gastos de la casa; pero cuando él no está entran como visitas los corredores jóvenes, toda la pollería de la Bolsa, que se burla de mi marido. ¡Ay, Señor, qué vergüenza! ¡Y ese hombre tan satisfecho y tan tranquilo, sin acordarse de que tiene mujer y un hijo y que su nombre es muy respetado en la plaza...!

Por lo pronto, este siglo XX empieza para los factores de milagros por fuerzas sobrenaturales con una disminución de sesenta millones de francos en la sola Francia, que fue siempre el granero principal del vicario de Dios en la tierra, y que hoy, sólo con cerrarle la bolsa del Estado, ha puesto a los cardenales a medio sueldo en Roma.

Clara tomó una de sus manos que colgaba fuera de las ropas y la besó con efusión, regándola con sus lágrimas; llanto de la inocencia provocado por la crueldad de aquellos verdugos. Señora, otra vez se lo pido exclamó con voz apenas inteligible; no me abandone usted, usted es una santa. No permita que me echen así ... á estas horas ... yo tengo miedo. No me abandone usted.