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Llevaba andada más de media alameda y aún no había don Juan logrado que la memoria le aclarase las dudas sugeridas por el espectáculo de aquella mujer. Apretó el paso, adelantose casi rozándole la falda, y a los diez o doce metros se volvió y vino hacia ella, resuelto a mirarla como las águilas miran al sol, cara a cara.

Ahora, el Mosco tenía otro perro, el segundo Puesto en ama, una verdadera alhaja, pero de menos mérito que el otro, y con él continuaba sus expediciones de «dañador», sus audacias de furtivo, saliendo de ellas en algunas ocasiones chorreando sangre, pero abriéndose paso siempre por entre los disparos de los guardas y los galopes de los vigilantes montados. ¡El plomo que aquel hombre llevaba en el cuerpo!...

En aquella época, en que los peinados eran una epopeya de rulos y rellenos, Fernanda llevaba el suyo de una simpleza tal, que rayaba en la suma elegancia: sus cabellos, de un rubio mate, recogidos y sujetos por dos cintas de moirée celeste, iban a rematar en la más linda nuca de mujer.

Otra noche, uno de los amigos del doctor, momentos después de abrazarle y marcharse del Babilonia, fue desvalijado y asesinado en un garito. Algunos años antes, el doctor había conocido allí a su enfermo Petrov; en aquella época, Petrov llevaba una linda perilla, reía, derramaba vino en los floreros y cortejaba a una hermosa bohemia.

El tío Merlín, que así llamaban al viejo de las sucias greñas, era la notabilidad del pueblo, donde se le había dado el nombre que llevaba por la reputación de listo que le acompañaba desde sus contemporáneos, que, al emigrar de este mundo, se le recomendaron á la generación heredera como un dije inestimable, como una providencia.

Llevaba un dia el alcalde mayor dos homicidas presos, y de acuerdo de D. Alonso y algunos caballeros salieron otros á quitárselos. El alcalde se defendió, y fué herido.

Yo le en Madrid; cuando yo le conocí llevaba un pantalón blanco a rayitas negras. Callan un largo rato. Y después Sarrió pregunta: ¿A que no saben ustedes lo que me sucedió a en Madrid una noche? Azorín y Orsi miran a Sarrió con visibles muestras de ansiedad. Sarrió prosigue. Una noche estaba yo en los Bufos; no recuerdo qué función representaban.

Cuando llevaron a la culpable al despacho del jefe, lo primero que hizo fue llorar sin responder; y al cabo, hostigada ya, asaeteada a preguntas, se resolvía a confesar que «el marido» la abría a golpes si no le llevaba todos los días tres cigarros de a cuarto.... La Comadreja, con su carilla acutangular, cómicamente fruncida, remedaba a la perfección los entrecortados sollozos, el hipo y las súplicas de la delincuente.

En seguida sacó la chica un caramelo que llevaba oculto entre los pliegues del corpiño, le quitó el papel, se lo llevó a la boca, hizo como si quisiese y no pudiese partirlo con los dientes, y, por último, se lo presentó, húmedo todavía, a don Quintín, diciéndole: Pártalo usted y deme la mitad. El estanquero no pudo más.

La sangre corría en abundancia por la cubierta y los puentes, y a pesar de la arena, el movimiento del buque la llevaba de aquí para allí, formando fatídicos dibujos.