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Estuvo tres sin salir de su cuarto, sin probar apenas manjar alguno de los que Cecilia le llevaba, y, lo que es aún peor, sin lograr conciliar el sueño. Con los ojos abiertos y extáticos, se pasaba horas y horas tendido en su lecho, mirando a las tinieblas. En la noche tercera, a eso de las tres, encendió luz, se vistió y se puso a escribir una larga carta a su tío.

Mi padre había reñido con ella.... Dicen que vivían juntos... todos vivían juntos... y cuando iba a farolear me llevaba en el cesto, junto con los tubos de vidrio, las mechas, la aceitera.... Un día dicen que subió a limpiar el farol que hay en el puente; puso el cesto sobre el antepecho, yo me salí fuera y caíme al río. ¡Y te ahogaste! No, señor; porque caí sobre piedras. ¡Divina Madre de Dios!

Que el plan de los parciales del obispo era traerle á la ciudad, entregársela, prender á D. Alfon y matarle, robando luego y destruyendo la poblacion en daño de la república. Que era notorio que su ilustrísima llevaba gente de armas de á caballo y de á pié apercibiéndose para llevar á cabo su propósito contra el juramento apostólico, homenage y fidelidad que habia prestado.

Y tal fué la ida de estos misioneros á Santa Cruz de la Sierra, porque yendo solamente á impetrar la vida temporal de un indio, los llevaba Dios para que fuera de toda esperanza rescatasen á innumerables pueblos de la esclavitud del demonio.

Y allí permanecieron aun más tiempo. ¡Cuán sombrío les parecía el sendero que llevaba á la población, donde Ester Prynne cargaría de nuevo con el peso de su ignominia y el ministro se revestiría con la máscara de su buen nombre! Y así permanecieron un instante más. Ningún rayo de luz, por dorado y brillante que fuera, había sido jamás tan precioso como la obscuridad de esta selva tenebrosa.

La protectora de la niña, era lavandera de la casa de Doña Luisa, y un día en que Hasay llevaba sobre su cabecita un lío de ropa, la vió aquella. Desde aquel día, la vida de Hasay tomó un nuevo aspecto.

Llevaba muchos meses teniendo que contentarse con la lectura de sus cartas y la contemplación de una fotografía hecha por uno de sus camaradas... Desde entonces asedió á Lacour como si fuese uno de sus electores deseoso de un empleo. Le visitaba por las mañanas en su casa, lo invitaba á comer todas las noches, iba á buscarle por las tardes en los salones del Luxemburgo.

Continuaba Watson sus risas, y esta insistencia venció finalmente la fingida gravedad de la joven. Los dos unieron sus carcajadas; pero la señorita Rojas mostró á continuación un interés maternal, que le hizo enterarse minuciosamente de la vida que llevaba su amigo.

Llevaba aquel día su vestido más elegante y los movimientos forzados que hacía descubrían toda la esbeltez de la figura, la graciosa flexibilidad del talle, la exquisita morbidez de sus pechos y de sus caderas. De pie a su lado, Delaberge le ayudaba lo mejor que podía.

Este, por su parte, llevaba la lucha a su extremo final, vigilando día y noche a su gente, y en especial a los mensualeros.