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Poco ganoso de volver a su cuarto triste y frío, el joven prestaba gustosamente oídos a la charla de su hostelera y sus ojos se detenían con verdadera complacencia en la blanquísima nuca que adornaban unos ricillos de su cabello, o bien en la flexibilidad de su cintura... A veces se quedaban ambos silenciosos; la mirada lánguida de Miguelina se encontraba con los azules ojos del guarda general; éste, de ordinario frío y reservado, se expansionaba, se atrevía a alguna insinuación galante, y entonces, con su intuición femenina, la hostelera del Sol de Oro adivinaba, por ciertas inflexiones de su voz llenas de emoción, que su huésped se iba haciendo cada día menos insensible a sus encantos.

Habitábamos, cerca de Grenoble, el castillo hereditario de nuestra familia, que era citado en el país por su aspecto señorial. Solíamos mi padre y yo cazar durante un día entero sin salir de nuestras tierras ó de nuestros bosques. Nuestras caballerizas eran grandiosas, y estaban siempre llenas de caballos de precio, que eran la pasión y el orgullo de mi padre.

Su ama, una señorona majestuosa, lo recibía en el comedor de su casa. Por allí cerca andaban las hijas, unas señoritingas siempre llenas de lazos y colorines.

El tribunal revolucionario de Mâcón hizo servir este convento de cárcel provisional, cuando las cárceles de la ciudad estaban llenas de presos. Dio la casualidad de que mi padre fuera encerrado en esta cárcel-convento, cuyo edificio conocía perfectamente en todos sus detalles. Mme.

Después de un breve sueño, despertó creyendo firmemente que en la salita próxima había unas esportonas o seretas muy grandes, muy grandes, llenas de diamantes, rubiles, perlas y zafiros... En la obscuridad de las habitaciones nada podía ver; pero de que aquellas riquezas estaban allí no tenía la menor duda.

Adriana se le aparecía con todos los esplendores que sus largos deseos le atribuían: a veces le miraba, de pronto, con inusitada expresión de cariño, lánguida, como en la realidad no le había mirado nunca, los ojos húmedos, el beso en los labios, tendidas hacia él sus manos llenas de vagas caricias.

Hizo una larga pausa para gozar del silencio con que la curiosidad y el interés acogían sus palabras. Antes de que ellas nazcan continuó , Dios puede darles la belleza y la gracia á manos llenas, y hasta algunas veces les da la discreción y el talento. Pero después que están en el mundo, su única esperanza es el hombre. Todo lo que son y lo que tienen lo deben al hombre.

Acudiendo a la cita del señor de Ágreda, a las diez y media de la mañana siguiente entraba Pepe en el hôtel que aquél habitaba, situado al final de la Castellana. Atravesó el jardín, pequeño y bien cuidado, subió las escalerillas, llenas de macetas, que parecían estar custodiando dos magníficos perros de bronce, y entró en el despacho, que formaba parte de la planta baja.

Nosotros, los que no tenemos las manos llenas de callos, no éramos pueblo; vosotros, los propietarios, los abogados, los comerciantes, tampoco erais pueblo... De toda idea exclusiva nace una tiranía, y de aquella tiranía nació el obrero sol: Juan Bou, que decía: «El pueblo soy yo». En Barcelona había logrado fundar un buen establecimiento de litografía.

Ana veía a Edelmira y a Obdulia, que se había declarado maestra de la niña colorada y fuerte, correr como locas por el bosque de robles seculares perseguidas por Paco Vegallana, Joaquín Orgaz y otros íntimos; veíalas arrojarse intrépidas al pozo que estaba cegado y embutido con hierba seca, y en estas y otras escenas de bucólica picante llenas de alegría, misteriosos gritos, sorpresas, sustos, saltos, roces y contactos, no había encontrado más que una tentación grosera, fuerte al acercarse a ella, al tocarla, pero repugnante de lejos, vista a sangre fría.