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Quilito, abstraído, pensaba: ¿Y he de llegar yo a estar como este hombre, sucio, harapiento, comiendo las sobras de los otros, durmiendo en el suelo, dominado por el vicio y la pereza?

Un Presidente, cuando está por caer, ya no está sobre nadie, y depende de todos. ¡Pobre don Victorino, viejo, pesado, con su humanidad tan densa, tan maciza, rebulléndose para alcanzar su copa! Pero el hombre, como buen gaucho al fin, llegó hasta el mostrador. Don Victorino es de los que han sabido llegar a todas partes. A me es muy simpático. Bueno; ya he charlado bastante.

Ved estas manos justicieras, vedlas y besadlas.... Y vendrán todos... toditos a besarme las manos. Y será un besamanos, porque hay tantos, tantísimos...». Al llegar a este grado de su lastimoso acceso, el infeliz Ido ya no tenía atadero.

Momentos ántes de penetrar en la encantada ciudad, se cruza, en el ferrocarril por supuesto, un soberbio puente de piedra de media legua de largo, compuesto de 222 ojos, obra que costó veinte millones de reales: se llama puente de San Segundo. Le han construido para que el camino de hierro pudiera llegar hasta dentro de Venecia, como llega, pues el embarcadero está á la entrada del gran canal.

Mientras caminaban hacia la mansión de los Quiñones, el barón no cesó de vomitar injurias y amenazas de muerte contra la esposa del maestrante. Fray Diego procuraba inútilmente calmarle. Sus instintos sanguinarios se iban exacerbando de tal modo, que el ex-fraile, temiendo una catástrofe, se despidió al llegar a la puerta del palacio. El barón tiró de la campana.

Además, de su último viaje a Francia le quedaban diecisiete luises y dos o tres billetes de cien francos. Total, dinero sobrado para llegar a cualquier parte.

Tenían sus apasionados, que se encargaban de ocupar el cuarto sitio en la partida, y al llegar la noche, cuando la masa de espectadores se retiraba á sus barracas, quedábanse allí viendo cómo jugaban á la luz de un candil colgado de un chopo, pues Copa era hombre de malas pulgas, incapaz de aguantar la pesada monotonía de esta apuesta, y así que llegaba la hora de dormir cerraba su puerta, dejando en la plazoleta á los jugadores después de renovar su provisión de aguardiente.

Porque no había en nosotros el menor rastro de deseo ¡y cuán hermosa estaba con sus profundas ojeras, su peinado descompuesto, y, el ardiente lujo de su falda inmaculada! Durante tres meses consecutivos raras veces faltó, sin llegar yo jamás a explicarme qué combinaciones de visitas, casamientos y garden party debió hacer para no ser sospechada.

Esto en cuanto á su exterior: ahora vamos á penetrar en sus inmensos salones, ricos de arte y elegancia: pero ántes de llegar á su cuerpo principal tendrémos ocasion de detenernos á admirar la espléndida escalera de los Gigantes.

Había que quedar bien, y en todos los pueblos volteaban corderos enteros sobre las hogueras; corrían a espita rota los toneles de las tabernas; se distribuían puñados de pesetas entre los más reacios o se perdonaban deudas, todo por cuenta de don Ramón; y su mujer, que vestía hábito para gastar menos y guisaba la comida con tal estrechez que apenas si dejaban algo para los criados, era la más espléndida al llegar la lucha, y poseída de fiebre belicosa, ayudaba a su marido a echar la casa por la ventana.