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Los batidores se habían adelantado a anunciar mi llegada. De repente vimos levantarse en la extensa y fértil llanura, entre las huertas, jardines y verdes sotos, por donde estaba abierto el camino, una nubecilla blanca que se iba agrandando. Luego vimos una mancha oscura que se movía hacia nosotros.

En concreto, sólo pude saber que quedaba muy alegre esperando mi llegada. Dábame los nombres de pueblos y montañas cuando yo se los pedía, sin cambiar el ritmo airoso de su andadura ni volver por completo la cara hacia .

Al acercarme al palenque, ya pude contar cuántos me habían precedido en la llegada y hasta saber quiénes eran: allí estaban sus caballos a modo de tarjeta de visita.

El exorcismo, que había hecho víctimas a millares de millares, quemando herejes, embrujados y endemoniados, histéricos, locos y sabios, no pudo sostenerse ante la inteligencia humana llegada a más, y cayó el primero, definitivamente, en la aurora del siglo XIX.

La Correspondencia había anunciado su llegada a Madrid, no solamente como diputado, sino como una de las personas más importantes y beneméritas del país; y no se había sacudido el polvo del viaje, cuando el ministro de la Gobernación, en un atento B.L.M., le había citado a su despacho.

Llegada, pues, la hora que le pareció, entró en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual halló toda alborotada; y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba diciéndoles su ama a voces: ¿Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Pérez -que así se llamaba el cura-, de la desgracia de mi señor?

Sólo un punto luminoso seguía viendo tenazmente el desgraciado entre las tinieblas de su congojoso estado: este punto luminoso era la llegada de su hermano Santiago.

La luz macilenta que había podido filtrar el día a través de estos cortinajes lóbregos acababa de extinguirse con la llegada de la noche. El buque aparecía iluminado desde las cubiertas bajas a los topes. Sus costados estaban agujereados como negros panales por los ojos ígneos de los tragaluces. Los reverberos de las cubiertas daban a la niebla invasora un temblor irisado.

No tenían mas que levantarse para ver el camino a cincuenta pasos por debajo de ellos, al extremo de una rampa suave. La llegada de Hullin causó una satisfacción general. ¡Eh, señor Juan Claudio!, ¿cuándo vamos a empezar? Pronto, hijos míos, no tengáis prisa; antes de una hora habrá comenzado la partida. ¡Ah! ¡Tanto mejor!

La condesa había cambiado bastante desde su llegada á la aldea. Había en su persona modificaciones sensibles que todo el mundo notaba, y otras que sólo un ojo perspicaz y avezado á sondar las profundidades del corazón pudiera distinguir. El cambio de color en las mejillas era lo que primero saltaba á la vista.