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En ciertos momentos parecía este palacio del juego un balneario célebre, un Lourdes milagroso. Llegaban, como llegan los enfermos incurables á otros lugares, empujados por la esperanza; pero esta esperanza no era la de la salud, que les dejaba indiferentes.

A este punto de su coloquio llegaban el canónigo y el cura, cuando, adelantándose el barbero, llegó a ellos, y dijo al cura: -Aquí, señor licenciado, es el lugar que yo dije que era bueno para que, sesteando nosotros, tuviesen los bueyes fresco y abundoso pasto. -Así me lo parece a -respondió el cura.

El Gran Arquitecto, que tenía mucho puntillo y no estaba avezado a sufrir injurias tan manifiestas, le alumbró por toda contestación una soberana morrada en las narices. Pero Enrique, que conocía a dónde llegaban las fuerzas de su erudito hermano, sin proferir una queja, se arrojó sobre él como un león, y le hubiera despedazado a no intervenir muy oportunamente en la contienda doña Martina.

, don Andrés dijo Rafael; recuerdo perfectamente al doctor Moreno. El miedo que le había inspirado en la niñez, y las diabólicas melodías que por la noche llegaban hasta su camita, estaban aún frescos en su memoria. Pues bien continuó el viejo; esa señora es la hija del doctor. ¡Qué hombre aquel! ¡Cómo nos hacía rabiar a tu padre y a en el 73!

Una revolución agraria, cuyos ecos apenas llegaban al viejo continente, las había devorado, suprimiendo todo vestigio de la antigua propiedad.

Por las puertas abiertas llegaban hasta la plaza los gemidos de los instrumentos, las voces de los cantores, una melodía dulzona y voluptuosa acompañada de las bocanadas de perfume de las flores y el olor de la cera. Fumaron cigarro tras cigarro los toreros y aficionados que se agrupaban fuera del templo.

Las rivalidades entre los individuos de unas y otras hermandades, llegaban á ser á veces terribles y los odios irreconciliables, aunque el origen de todo era tan santo, y en cuantas ocasiones podían molestarse los hermanos, las aprovechaban con creces, usando de todos los medios.

Por todas partes se veía llegar á los religiosos, cuyos blancos hábitos se destacaban vivamente sobre el césped que cubría las avenidas de nudosos robles. Procedían unos de los viñedos y lagares pertenecientes á la comunidad, otros de la vaquería, de las margueras y salinas, y algunos llegaban, apresurando el paso, de las lejanas fundiciones de Solent y la granja de San Bernardo.

Alejábase lo menos posible del estrecho círculo de aquella existencia activa e ignorada cuyo radio no excedía de una legua. En Trembles se recibían pocas visitas; algunos amigos que llegaban para cazar, desde lejanos límites del Departamento, y el doctor y el párroco de Villanueva invitados regularmente a comer todos los domingos.

Alguna gente comenzaba a dejar la romería, cuando ésta fué violentamente conmovida por el escape de seis u ocho coches que llegaban de Lancia a la carrera. Era el duque de Tomos con su séquito. En una carretela abierta venía él con su secretario y el gran patricio don Rosendo. En el coche de éste venían don Rufo, Alvaro Peña y dos señores de Lancia.