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Era un cementerio muy hermoso, en el cual no había más seres vivos que los pájaros negros que lo cubrían con sus alas. Sólo en las últimas capas sociales existía algo de alegría, allí donde llegaban amortiguadas ó no llegaban las influencias de la religión.

Dieronle luego armas, caballos, y las demas cosas para poner en órden los suyos, que llegaban hasta cincuenta, dióle gente de socorro, porque Montaner como enemigo mortal de Genoveses, no quiso perder la ocasion de hacerles algun daño. A Juan Montaner su primo, y á cuatro Consejeros Catalanes se encomendó el socorro, con órden que no se hiciese cosa sin tomar parecer de Ticin Jaqueria.

Se partía un costado de la nave, sin que ésta hiciese agua, y seguía navegando á velas desplegadas, con el rey, las damas de su corte y el séquito de barones cubiertos de hierro. Veinte días después llegaban á Valencia sanos y salvos, como todo navegante que en momentos de peligro pide auxilio á la Virgen del Puig.

En Palacio, tan pronto se gastaban millones para recibir a un príncipe extranjero, como un bufón había de prestar dos reales para comprar confites a la reina; los soldados, sin paga, se acuchillaban en las calles, mientras llegaban las nuevas de que el francés o el flamenco nos habían derrotado en los campos y el inglés nos había pirateado en los mares.

De todas las grandes ciudades le llegaban proposiciones para que fuese á relatar ante auditorios de muchos miles de personas sus pláticas con el Hombre-Montaña y lo que había podido averiguar acerca de las costumbres del remoto país de los gigantes.

Retrocedían los turcos en el Asia Menor ante los nuevos auxiliares de Bizancio, más duros y belicosos que ellos. Reconquistaban los almogávares Filadelfia, Magnesia, Efeso, y llegaban hasta las llamadas «Puertas de Hierro», al pie del lejano Taurus.

Los preliminares amorosos de Nicolasa, que estaba entre los veinte y los treinta años de su edad, habían sido ya innumerables. Todos sus amores habían muerto al nacer. Á los pretendientes encopetados los había Nicolasa despedido, apelando al cura. Á los pretendientes de su clase los había desdeñado cuando ya llegaban á lo serio y hablaban del cura ellos mismos.

Mientras él se alejaba llevándose á la muchacha, ellos se quedarían allí con la tropilla. Piola se encargaba de convencer al viejo de la falsedad de sus sospechas. Y si llegaban otros hombres del cercano pueblo, se convencerían también viéndolos sin ninguna mujer y sin Manos Duras de que eran unos viajeros pacíficos que habían hecho alto en aquel lugar. El gaucho le escuchó con impaciencia.

Hasta los que llegaban de fuera, limpios de prejuicios, sufrían al poco tiempo la influencia de esta repulsión de razas que parecía diluida en la atmósfera. Una vez continuó Valls vino un matrimonio belga a establecerse en la isla, recomendado a por un amigo de Amberes.

Entre tanto, Hans y Cornelio se habían precipitado hacia los otros para obligarles a huir en las chalupas; pero aquellos desgraciados ni atendían a razones ni llegaban a comprender el tremendo peligro en que estaban. Uno solo, menos ebrio que los demás, se apresuró a ganar una de las chalupas; pero los demás siguieron jugando, bebiendo, cantando o durmiendo.