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El hotel estaba situado cerca de la Puerta del Sol, y llegaban hasta ella el ruido y el movimiento de la gente que iba a la corrida. No; no podía permanecer en esta habitación extraña mientras su marido arriesgaba la existencia. Necesitaba verlo.

La felicidad también produce insomnio. No faltaba para completar la mía sino que Gloria hubiese asistido a mi triunfo. Pero me consolaba la idea de que los periódicos darían cuenta de él, y aun lo abultarían, como suelen, proponiéndome llevarle recortados los sueltos o los artículos, si a tanto llegaban.

Asustada en el primer momento por las ondulaciones violentas de la muchedumbre que llegaban hasta ella, no sabía si huir u obedecer a su curiosidad, que la retenía inmóvil. ¿Qué era aquello...? ¿Se pegaban?

En cuanto los chicos le divisaron corrieron a rodearle como un bando de gorriones alborotadores. Don Germán se sentó a descansar en uno de los bancos de piedra, charlando, riendo con ellos. Sus carcajadas llegaban alegres, sonoras, como en otro tiempo a los oídos de Elena, pero ahora sin saber por qué ¡ay! le partían el corazón.

Llegaban nuevas gentes por todos los caminos, atraídas por la fama de la gran apuesta de la tarde. Aresti había salido a la calle huyendo de la atmósfera posada del casino, cargada de gritos y nubes de tabaco.

Preguntó por ella: quería saber detalles de su vida, á pesar de la frecuencia con que llegaban sus cartas. El senador, mientras tanto, conmovido por su reciente emoción, había tomado cierto aire oratorio al dirigirse á su hijo.

Después de pasear algunos minutos a grandes trancos, comenzó a detenerse a menudo, prestando oído a los ruidos que llegaban del piso primero.

Tristán y Clara, tímidos y embarazados, recorrieron las habitaciones de la casa, pequeñas comparadas con las del suntuoso hotel que acababan de dejar, pero amuebladas con refinado gusto y coquetería. Clara lo hallaría todo precioso aunque fuese mucho peor. Pero la cocinera ardía en deseos de mostrarles hasta dónde llegaban los primores de su arte.

Con el reloj á la vista podía anunciarse á qué hora iban á saludar con sus lanzas los primeros hulanos la aparición de la torre Eiffel en el horizonte. Los trenes llegaban repletos, desbordando fuera de sus vagones los racimos de gentes. Y fué en estos momentos de general angustia cuando don Marcelo visitó á su amigo el senador Lacour para asombrarle con la más inaudita de las peticiones.

Esta impresión, si no se ha recibido antes, se recibe después, cuando uno pregunta las horas del tren para Villagarcía y le dicen a uno que este tren sólo sale tres veces por semana. Hubo un tiempo en que las catorce puertas de la catedral de Santiago no se cerraban de día ni de noche. Constantemente llegaban peregrinos de todas las partes del mundo, que, entonces, sólo eran tres.