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Cuando el artista quiere representar a la ciencia, a la poesía, a la virtud, ¿no les da forma de mujer? MARINO. Es cierto. PROCLO. No debes, pues, maravillarte de que yo ame en esta mujer a la ciencia, a la poesía y a la virtud con forma visible. MARINO. Ya no me maravillo. ¿Y puedo saber cómo se llama tu amada? PROCLO. Se llama Asclepigenia. Es la hija de mi maestro Plutarco.

Sabía que las llamadas obras de beneficencia poco podrían aprovecharse de una fortuna que consistía mas bien en objetos de arte que en bienes materiales, y dolíale el alma al pensar que éstos fueran a parar a manos del anónimo e insípido personaje que se llama el Estado.

La semana que viene hacemos la escritura. Gallardo quiso saber la situación y el nombre del cortijo. Se llama La Rinconada. Cumplíanse sus deseos.

Con este régimen, y la economía jesuítica, no es de admirar que, en más de ciento y cincuenta años que hace están fundados estos pueblos, acopiasen los fondos que tenían al tiempo de su extrañamiento, así en las iglesias como en lo que se llama fondo de comunidad.

; he descubierto un canal abierto a través de los corales. Esperemos un relámpago, Capitán. ¿Es un puerto eso que se llama atol? preguntaron Hans y Cornelio. Y de los más seguros respondió el Capitán . Si es, en efecto, un atol, veréis qué construcciones son capaces de hacer los corales. ¡Mirad! gritó Van-Horn.

A ti, chiquilla, no te quiere ni pizca... lo que se llama querer cuando se trata de otra clase de madres. En fin, que te necesita para pantalla de sus incurables vanidades; y, como cosa suya, cuanto más hermosa sea la pantalla, mayor es su deseo de lucirla. Si fueras fea y tonta, antes se retiraría ella del mundo que presentarse contigo en él.

Aun aquellas que no tienen pretensiones de belleza se resisten a proclamar la ajena. «Es bonita de veras decía para la viuda, camino de su casa , lo que se llama bonita.

A veces, la imposibilidad para hacer esta prueba es absoluta, á causa de que la verdad geométrica supone condiciones que en la práctica no podemos realizar. No habrá ciertamente quien ponga en duda la solidez de la prueba que se llama de superposicion: es decir, que si dos líneas ó superficies, puesta la una sobre la otra, se confunden exactamente, serán iguales.

Trata de la libertad que dio el señor don Gaiferos a su esposa Melisendra, que estaba cautiva en España, en poder de moros, en la ciudad de Sansueña, que así se llamaba entonces la que hoy se llama Zaragoza; y vean vuesas mercedes allí cómo está jugando a las tablas don Gaiferos, según aquello que se canta: Jugando está a las tablas don Gaiferos, que ya de Melisendra está olvidado.

La sangre venosa, expulsada del corazón á los pulmones, se renueva al contacto del aire; se limpia de todos los productos impuros de la combustión interior, y, recibiendo de fuera el alimento de su propia llama, puede emprender de nuevo su viaje desde el corazón á las extremidades, llevando el calor de la vida desde las mayores á las más pequeñas arterias.