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En el acto segundo, cuenta Lisardo al gracioso, su criado, la traza con que él y su amigo escaparon con felicidad de la situación comprometida de la noche anterior; pero mientras habla así, entra el padre de Laura y pregunta por Don Félix.

La vivaracha joven tocó una tanda de valses y llamó al pollo desconocido, nombrado Lisardo, según creo, para que le volviese las hojas. Don Alejandro, mientras tanto, paseaba a grandes trancos por el salón, con su aspecto sombrío.

En la última escena asistimos á la recepción de Alfonso de Castilla, recién llegado á Nápoles, que ha de casarse con la Reina; suscítase entonces en la antecámara una disputa entre los caballeros, porque Roberto ha sabido las astucias de Lisardo, y le pide satisfacción de ellas; pero la Reina interviene y explica lo ocurrido, por cuya razón se aplaca Roberto, conviniendo en que su adversario se case con su hermana.

Llegué diligente a darla la mano, que recibió salvo el guante, aunque por él rayo o nieve me abrasó....» Otras veces se rogaba que se perdonara el guante. Lope de Vega, en el acto I de El Acero de Madrid, hace decir a Lisardo al dar la mano a Belisa, que ha tropezado y caídose en la calle: «Perdone vuesa merced el guanteRojas Zorrilla, en la jorn.

Don Iñigo, receloso y resuelto á pelear, acude á una cita, que se le da en compañía de Don Antonio; Lisardo le cuenta que él no es Don Félix, y las circunstancias, que le obligaron á tomar su nombre; añade, que, estando de visita en casa de Clara, huyó de ella refugiándose en la de Don Iñigo; pero el anciano se encoleriza, y califica de agravio ese yerro; Antonio saca también su espada para vengar en Lisardo la visita secreta hecha á su hermana; Don Félix, que asiste escondido á esta escena, sale también para socorrer á su amigo, y el combate se hubiera llevado á efecto, á no sobrevenir mucha gente que obligara á los combatientes á retirarse.

Lisardo cree que este anciano se propone hablar á su amigo de la visita hecha á su hija, y para evitarle ese disgusto se hace pasar por Don Félix; Don Iñigo, sin embargo, le estrecha amistosamente las manos; dícele que el padre de Don Félix le ha escrito desde Granada recomendándole su hijo, y le ofrece sus servicios.

Interesa entonces á la Reina convencer á Roberto de la verdad de su aserto con el ejemplo de su propia hermana; excita á Lisardo, que ya ha puesto en aquélla los ojos, á apurar su sagacidad para obtener una cita amorosa. Agrada el plan á Lisardo, y encarga su ejecución á Ramón, su astuto criado.

Lisardo, uno de sus caballeros, es de la misma opinión; pero Roberto la contradice ardorosamente, alabándose de guardar tan bien á su hermana Diana, que ningún caballero logrará nunca llegar hasta ella.

Piensa fingirse enferma y Lisardo médico, y éste ha de ordenarle beber agua ferruginosa de Madrid, y en sus paseos por la mañana para visitar la fuente, encontrarán ocasiones favorables de verse y de hablar.

Que antes que todo es mi dama. Entonces acude Lisardo corriendo y toma bajo su protección á la afligida Clara, declarando que él es su esposo. Poco después llegan Félix y Laura, y Don Iñigo persigue á ésta con la espada desenvainada, vociferando: .............. De mi casa No ha de llevar á mi hija Quien su esposo no se llama.