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Un joven... muy buen mozo... vestido con un traje gris muy elegante, se mira las manos asombrado. Acaba de romper un lirio, que ha caído a sus pies, y le han quedado las manos manchadas de sangre. ¿Qué le parece, Pedro, de mi cuadro? Un éxito seguro. Yo conocí en París a un pintor de México, un Manuel Ocaranza, que hacía cosas como esas.

Y el pueblo de Jerusalén afirmaba que Salomón la había conocido y la había amado. Y que la había hallado rosa de Saron y lirio de los valles. Y que había comparado su cabeza rubia, por la majestad, con el Carmelo, y el olor de sus vestidos al olor del almizcle y al de las silvestres flores que crecen en el Líbano.

Esta criatura, hija de un acróbata de baja esfera, y sumergida en el fango, no dejaba por esto de poseer la belleza pura y fresca del lirio. Pálida, delgada, elegante, de una perfección plástica, de una depravación singular, a la que unía la ferocidad anglo-sajona, reunía, pues, todas las cualidades apropiadas para subyugar a un hombre como el señor de Maurescamp.

Indudable era que Pedro López había mascado raíz de lirio antes de lanzar aquellos suspiros confitados, que había modulado sus gritos de horror sobre aquellos trinos de Stagno: Voi parlate di patria E patria piu non è.

Era tan pura y tan bella como un lirio que hubiese florecido en el Paraíso. El ministro sabía perfectamente que su imagen se hallaba venerada en el santuario inmaculado del corazón de la doncella, que mezclaba su entusiasmo religioso con el dulce fuego del amor, y comunicaba al amor toda la pureza de la religión.

No obstante la conminación evangélica a vivir como el lirio del valle y el pájaro del bosque, sin pensar en el mañana, sin sembrar y sin guardar, fue posible el ahorro desde que cesó la costumbre de invertir el dinero sobrante de esta vida en la otra y se le ocupó entonces en la industria o el comercio y en préstamos a los gobiernos extranjeros.

Cuatrocientos años hace que vivió el Padre las Casas, y parece que está vivo todavía, porque fue bueno. No se puede ver un lirio sin pensar en el Padre las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio el color, y dicen que era hermoso verlo escribir, con su túnica blanca, sentado en su sillón de tachuelas, peleando con la pluma de ave porque no escribía de prisa.

En el extremo superior un grupo de azucenas rodeado de espigas; abajo de éstas, a cada lado, grandes malváceas de anchos pétalos, y en seguida estupendas rosas de apretado seno, capullos vigorosos, hojas de lirio gráciles y flexibles.

Tengo que decirle, tío, mejor dicho, debo decirle a usted... perdóneme si soy tan atrevida, pero debo decirle que quiere demasiado a mi prima y acabará por matarla... ¡Yo! ¡Matarla, yo! ¿Qué es lo que estás diciendo? Digo, tío, que su lirio, como usted la llama, es cosa muy frágil, muy delicada, y que combatido por dos amores a la vez no resistirá, sino que habrá de quebrarse.

¡Ah! y a propósito, no saben ustedes dijo Pedro como poniéndose ya en pie para despedirse , que la cabeza ideal que ha publicado en su último número La Revista de Artes.... ¿Qué cabeza? preguntó Lucía ¿una que parece de una virgen de Rafael, pero con ojos americanos, con un talle que parece el cáliz de un lirio?