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¡Loca!... ¡idiota!... gimió Mesía limpiando su mejilla que sintió húmeda y pegajosa. ¡Vuelve por otra! A que soy tambor de marina, como dice la Marquesa. La dama, completamente tranquila, sonriente, se metió un terrón de azúcar en la boca. Era su sistema. Se prohibía a misma, por desconfianza, las dulzuras de los engaños de amor, y los compensaba con golosinas, que «se pegaban al riñón».

Abajo se están mientras se van limpiando de pecados; que después suben volando arriba. La Virgen les espera. , créelo, tonto. Las estrellas, ¿qué pueden ser sino las almas de los que ya están salvos? ¿Y no sabes que las estrellas bajan? Pues yo, yo misma las he visto caer así, así, haciendo una raya. , señor, las estrellas bajan cuando tienen que decirnos alguna cosa.

Freya estaba á pocos pasos, con un traje azul que tenía algo de marino, como si esta visita al buque impusiera á su elegancia la necesidad de imitar el porte de las multimillonarias que viven en un yate. Los marineros fingían trabajos extraordinarios para aproximarse á ella, limpiando cobres ó encerando maderas.

Las piltrafas de su cerebro salpicaron la bayeta verde, las caras de los vecinos y hasta las levitas de los croupiers. ¡Siempre hay gentes de poco tacto, que no saben vivir en sociedad!... Pero los bomberos surgían de la pared, llevándose al muerto, limpiando de sangre la alfombra y la mesa, y poco después, del óvalo de gente apretujada contra el tablero verde surgía la voz sacramental: «Hagan sus juegos...» «¿El juego está hecho?...» «No va más

Había caído durante la noche una suave lluvia de verano, refrescando los campos y limpiando de polvo los caminos. Las altas montañas estaban encaperuzadas de niebla, dejando ver en sus pendientes, por entre los rasguños del vapor, la nota blanca de los caseríos y las manchas cobrizas de los robledales.

Así que tuvo fuerzas y habilidad para hacerlo, nunca permitió que nadie arreglara aquel cuarto más que ella. Por la mañana pasaba siempre media hora de amable sosiego y dulzura limpiando los enormes sillones, que le costaba gran trabajo mover de su sitio, y haciendo la vasta cama de don Mariano. Sentíase feliz en medio de aquella habitación grave y patriarcal.

Aceptada esta fineza, Maxi se personó en casa de Quevedo desde las nueve, hora en que la señora aquella se hallaba en la plenitud de sus funciones, limpiando jaulas, revisando nidos, examinando huevos, y sosteniendo con este y el otro volátil pláticas muy cariñosas. Su obesidad no le impedía ser ágil y diligentísima en aquella faena.

Y ved aquí un banquero que pasaba horas largas limpiando metales, quitando el polvo, haciendo recorrer tejados y chimeneas, y cobrando, por ayudar al administrador, los recibos de inquilinato de las muchas casas que el marquesado de Aransis posee en Madrid. Estaba una mañana el buen hombre en el patio, cuando se abrió la puerta y aparecieron tres personas.

Al pasearse se detenía algunas veces junto á su mesa, donde estaba abierta una caja de pistolas. Había pasado una parte de la tarde limpiando estas armas ó contemplándolas pensativo, como si su vista evocase lejanos recuerdos. Cuando olvidaba las pistolas miraba una fotografía puesta sobre la misma mesa y que era la de su madre. Esta contemplación humedecía sus ojos.

Al cruzar para su cuarto vió en uno del pasillo á Soledad limpiando un vestido, y tuvo la magnanimidad de decir: «¡HolaAquélla levantó los ojos y respondió con la misma gravedad y concisión: «Hola». Siguió el guapo hasta su habitación un poco sorprendido: esperaba hallarla bañada en lágrimas ó presa de algún ataque de risa convulsiva de los que á menudo la cogían.