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El último capítulo de la «Crotalogía» está consagrado a la manera de aprender a tocar sin necesidad de maestro. Es el capítulo más genial de la obra. Como el licenciado, según su propia declaración, no sabe tocar, tenía que inventar un método en que el maestro no fuera necesario, o mejor dicho, en que sólo la lectura de su «Crotalogía» nos pusiera en condiciones de repiquetear.

Y, diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a don Quijote; el cual, espantado de lo que veía y oía decir y hacer aquel hombre, se le puso a mirar con atención, y, al fin, le conoció y quedó como espantado de verle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo consintió, por lo cual don Quijote decía: -Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie. -Eso no consentiré yo en ningún modo -dijo el cura-: estése la vuestra grandeza a caballo, pues estando a caballo acaba las mayores fazañas y aventuras que en nuestra edad se han visto; que a , aunque indigno sacerdote, bastaráme subir en las ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo.

2 Primero es la honra, de D. Agustín Moreto. 3 La sortija de Filomena, de D. Sebastián de Villaviciosa. 4 Antes que todo es mi dama, de D. Pedro Calderón. 5 Las dos estrellas de Francia, del maestro D. Manuel de León y del licenciado D. Diego Calleja. 6 Caer para levantar, de D. Juan de Matos Fragoso, D. Jerónimo Cáncer y D. Agustín Moreto.

Pero si yo, con mi tendencia a la gravedad, lo hubiera entristecido, lea mi amiga la «Crotalogía» del licenciado Francisco Agustín Florencio, que es un libro clásico muy divertido.

Lo dijo con la sonrisa de siempre. Estaban presentes el cura de la Segada y el licenciado Velasco de la Cueva. El conde de Trevia guardaba á su mujer delante de gente el respeto y atención que la más egregia dama pudiera exigir de su marido. Aun, en este punto, iba más allá de lo que ordinariamente se practica en el mundo.

Más adelante al licenciado Velasco de la Cueva. Por último llegaron á casa de D. Marcelino. La tienda estaba ya iluminada. ¿No ve usted qué amigos son de la claridad en mi casa? exclamó el tendero en tono que no expresaba ninguna satisfacción. ¿Quiere usted pasar, D. Octavio? No tardará la gente en llegar. Con mucho gusto. Pase usted, D. Marcelino. Pase usted, D. Octavio.

Está ahí mi caballo overo en San Filipe, y es desbocado en la carrera y trotón. Dije cómo yo le corría y hacía parar; dijeron que allí estaba uno en que no lo haría, y era éste de este licenciado. Quise probarlo. No se puede creer qué duro es de caderas, y con mala silla fue milagro no matarme. - fue -dijo don Diego-; y con todo parece que se siente V. Md. de esa pierna.

Mira de Mescua, capellán de los Reyes de Granada; el licenciado Mejía de la Cerda, relator de la Chancillería de Valladolid; el licenciado Navarro, colegial de Salamanca; D. Francisco Quevedo Villegas, caballero de la Orden de Santiago, señor de la villa de la Torre de Juan Abad; Luis Vélez de Guevara, gentilhombre del conde de Saldaña; D. Luis de Gonzaga, prebendado de la Santa Iglesia de Córdoba, y Lope de Vega Carpio, secretario del duque de Alba y del conde de Lemos.

La especialidad de esta Condesa consiste en conocer y recibir en su casa a todas las celebridades, no sólo de París, sino del mundo entero, cualquiera que sea su clase de celebridad. Creo que tendría orgullo en recibir en su salón a un licenciado de presidio, con tal que su crimen hubiese sido un poco ruidoso.

Allí pasó la niñez y llegó a la adolescencia Fermín, a quien su madre había deseado hacer clérigo. «Pastor y vaquero ha de ser, como su abuelo y como su padre», gritaba el licenciado cada vez que la madre hablaba de mandar al niño a aprender latín con el cura de Matalerejo. El comercio de ganado no fue mejor que el de vino.