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El humo de los cigarros y el polvo de las pisadas formaban una nube azulada sobre las cabezas, que el sol doraba con sus rayos, al pasar por las altas vidrieras; la rueda era como la roca, contra la cual se estrellan las oleadas tempestuosas; allí los gritos eran más fuertes, los apóstrofes más rudos, la lucha más reñida, más desesperada, más implacable; los bastones, esgrimidos por brazos que la pasión enardecía hasta la epilepsia, se levantaban amenazadores.

El Almirante sale al mar sañoso, Del importuno viento sacudido: La gente clama al Alto Poderoso Con voces, gritos, llantos y alarido. El sexo femenil mas doloroso, Causaba fuese el caso dolorido, Que tantos alaridos levantaban, Que la tormenta mas acrecentaban.

La acequia que le daba movimiento caía partida en tres, de ocho a diez pies de altura, por unas canales de madera toscamente labradas, negras por la humedad y apuntando a las aspas, que al girar levantaban remolinos de espuma y tapaban casi por entero las aberturas en medio punto por donde el agua penetraba. Dentro todo era tosco también como fuera.

Pero el abogado no se fijó en esta admiración, enardecido por la proximidad de su triunfo. Allí quería él al doctor, ¿Conque la ciencia podía servir de medio é instrumento á la moral?... En Deusto, aunque Aresti no lo creyera, también les enseñaban algo de la ciencia moderna. Levantaban nada más que una punta del velo que ocultaba este cúmulo de impiedades, para aplastarlas con el santo peso de las buenas doctrinas.

Creyeron siempre los Griegos que nuestros Catalanes fueran como los Alanos y Turcoples, que no se les levantaban los pensamientos á más que vivir con una triste y miserable paga; pero cuando vieron provehidos en ellos los oficios de César, Megaduque, Senescal y Almirante, y que tenian brios para aspirar á los que quedaban, advirtieron su daño, y comenzaron á sentirse de que las fuerzas y honras del Imperio se pusiesen en manos de extranjeros.

Tchernoff lo sabía por experiencia y no necesitaba que los alemanes vinieran á contárselo. Pero todas las clases ilustradas de Rusia eran enemigas de la tiranía y se levantaban contra ella. ¿Dónde estaban en Alemania los intelectuales enemigos del zarismo prusiano?

Este se retiró, diciendo medio entre dientes «¡qué criolla diabla!... cómo ha calzado»... La tardanza de Ricardo empezaba a preocupar a Melchor, que se disponía a ir o a mandar en su busca cuando al cabo de cuatro días de ausencia y en momentos en que se levantaban de almorzar, llegó a la estancia bajo un sol de fuego. ¿Cómo vienes a esta hora? fue el saludo de Melchor.

La sensible María Teresa, que se apiadaba de los perros abandonados en la calle y reñía con los cocheros cuando levantaban el látigo sobre las bestias, hablaba fríamente de la muerte, como si únicamente tuviera entrañas para su amor y el resto del mundo careciese de interés.

Medio desmayada se dejó caer Lucía en el diván, cruzando ambas manos sobre el seno izquierdo, que levantaban los desordenados latidos del corazón, y diciendo en voz alta también: Aquí. Estúvose así un rato, sin pensar, sin desear, entregada sólo al placer de hallarse allí, en donde moraba Artegui.

Era ésta bastante angosta y torcida: como domingo, no dejaba de haber alguna animación en ella; los vecinos estaban sentados a las puertas hablando, o jugando en las tiendas a la lotería. Al sentir los pasos del forastero, levantaban el rostro y le examinaban con curiosidad; el que pregonaba los números también suspendía su canto un instante para mirarle.