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Finalmente, las flores las cosechó Bringas en el jardín de un libro ilustrado sobre el Lenguaje de las tales, que provenía de la biblioteca de doña Cándida.

Quiero decir, en lenguaje vulgar, que al salir a la calle recordé que don Telesforo Rodríguez, el profesor del Seminario, me ha pedido un libro que hace tiempo te presté: Nicolai Garciae; tractatus de beneficiis. ¿Lo has leído ya? ¿Puedo llevármelo? Porque si no lo has leído todavía, no me lo llevo. has de sacar más provecho que don Telesforo, seguramente.

Pide un prólogo a Cañete, y este señor, que jamás se niega a tales cosas, dice al frente del libro en lenguaje castizo que hay en él composiciones muy lindas, y las cita; que el autor muestra por lo general mucha «elegancia, donaire y estro», y que el joven mosquito, si no se desgracia, llegará a ser un moscón insigne.

Los diez y ocho años de Carmencita pedían lo suyo, aun en el apagado lenguaje de un cuerpo abatido y un alma herida.

Yo, pues, con ese lenguaje y con estas flores, llegué a Sevilla con el dinero de las camaradas, gané el alquiler de las mulas y la comida y dineros a los huéspedes de las posadas. Fuime luego a apear al mesón del Moro, donde me topó un condiscípulo mío de Alcalá, que se llamaba Mata, y agora se decía, por parecerle nombre de poco ruido, Matorral.

Son palabras de un idioma lleno de amor y de eternidad, y ella me dicta versos en ese lenguaje divino, con símbolos imperecederos.

Cuanto dice arranca inmediatamente de la sensibilidad más profunda, y de aquí que mueva también inmediatamente la nuestra; su elocuencia es siempre inagotable, y nos arrastra con ella, porque su lenguaje es el lenguaje del alma.

Como en estas reuniones de imponderable confianza se vivía en perpetuo comercio de malas intenciones, de malicias y de travesuras de lenguaje, el natural ingenio de la marquesa adquirió gran desarrollo, y su bien acreditado humorismo se empapó en nuevos y más picantes jugos.

Para confusion de sus detractores y para honor de la poesía, ha tenido que valerse de su propio lenguaje al atacarla, como esos caudillos de la montonera, que al mismo tiempo que procuraban desacreditar la táctica europea, se servian para contrarrestarla de sus propias maniobras mal aprendidas y peor enseñadas.

En todas las obras de Juan de la Cueva se observa el sello de un talento poético verdadero. De la decidida vocación de este hombre extraordinario á la poesía, dan pruebas suficientes la riqueza de sus invenciones, el brillo de su exposición, la entusiasta animación de sus descripciones, y el fuego y la energía de su lenguaje en la pintura de los afectos.